Una esfera con ventanas

Centro

La idea de un ámbito originario implica que lo que reviste este carácter es condición de la inteligibilidad y/o del ser de cuanto aparece, (…) cualquier intento de pensarlo a partir de un sentido o una legalidad constituida ya lo está suponiendo, ya se está moviendo en él haciendo uso y ejercicio del sentido que de él emana”. (Rodríguez, 2011, p.42).

Todo empieza en un inicio y, si es todo la forma que despliega desde sí, no ha de conocer esquina alguna; la esquina rompe y niega; por lo tanto, ha de ser el círculo. Sólo en él la nutrición que procede de su centro llega entera a todas partes por igual. Y así el mundo; pero hablamos de su centro.
El mundo es un lugar domesticado y conocido: hablado, por lo tanto; el centro es un origen del que no cabe palabra. Resulta necesario que así sea: porque el centro es condición de posibilidad de lo que es, es también condición radical del lenguaje mismo y queda fuera y a la vez en la entraña más profunda de este. Aquello que late en las palabras o que riega las arterias del decir.
Permite y se escapa a los discursos por completo: es el centro la utopía del lenguaje. Origen y destino inalcanzables, tanto andando hacia adelante como yendo hacia el origen.
Éste el conflicto que atraviesa a todo ser capaz de emitir algún sonido que apunte a alguna cosa, al sonido mismo que apunta, a la flecha de cualquier significado: tan recia en su fabricación, tan débil en su alcance. Y, sin embargo, y aún tan débil, su fuerza puede honrar a tal origen o romperlo y negarlo, hacer esquinas.

Área

La metáfora es absoluta porque la pregunta a la que responde emana de una situación “absoluta”, originaria, que da sentido al preguntar que encara y a los conceptos, metafóricos, que articulan la respuesta, sin dejarse sin embargo domeñar por ellos, sin transparecer en ellos de manera satisfactoria”. (Rodríguez, 2011, p.43).

El lenguaje se forja como luz y brilla tanto que los ojos más ingenuos la confunden con el centro. Así dicen y creen que “en el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. La palabra como centro irradiador; y sería más sencillo si así fuera.
Pero ojos más templados ven que la palabra es una irradiación, lo mismo que la luna es una sombra que brilla sólo en tanto que refleja. A partir de ahí la búsqueda, el conflicto, un misterio que abrazar o rechazar. El origen, el origen: todos esos ojos se vuelven hacia él, se revuelven contra él o lo envuelven para sí.
Antes de la toma de postura, sin embargo, está el origen de esos ojos, posterior al origen radical: el origen del lenguaje. Sonidos como trenzas que se invocan entre sí y se hacen tronco, sonidos que se quieren enraizar con ese centro que les nutre pero queda incomprensible, incontrolable. Es una paradoja: vemos porque hay ojos, que haya ojos determina lo que vemos y aquello que buscamos es la niebla que nos ciega. La capacidad misma de nombrar pone esquinas, niega y rompe lo que abarca, afirma y colma; al mismo tiempo, sin lenguaje, sólo hay luna sin el sol.
El lenguaje se forja como luz pero no es luz: es su reflejo.

Sesgo

Por eso el pensamiento que transita hacia una “realidad radical” sólo tiene ante sí dos opciones significativas: o quedarse, ante la impotencia presentida de poder decir algo positivo y adecuado del ámbito radical, en la pura necesidad de su estar ahí (…)”. (Rodríguez, 2011, p.42).

Vayamos adelante. Hay ya troncos, ya hay palabras, y se juntan y hacen bosque, pero: ¿cuándo? ¿Son dos o tres o los millones de esos troncos? ¿Cuándo el bosque, dónde el corte o el inicio? Con los ojos que se erigen en cuchillo, sin saber que han afilado sus pupilas, se ve el bosque antes que el filo. El bosque se constata: míralo cómo se afirma a sí mismo, no lo ves cómo se asienta en su ser más radical, sólo mira, míralo. Ellos miran sin ver cómo desgajan ellos mismos y toman el desgajo como dado: es la ousía, la idea, la substancia: el bosque como origen. Y van así y hacia atrás: el tronco como origen, la palabra que nombra lo que hay, de manera consecuente y acuática, con respecto a lo que es. Se confunde haber y ser. Se confunden el origen y el lenguaje, el centro con su círculo.
Y así el círculo, cegado, se cierra sobre el ojo que lo corta. “Las Mónadas no tienen ventanas por las cuales alguna cosa pueda entrar o salir de ellas”; centro cada tronco de sí mismo, cada tronco como origen y el bosque, en consecuencia, exacto. Y el ojo no se toma como filo de su ver: la sintaxis, por lo tanto, realidad. El juicio, la predicación copulativa: el ser mismo de las cosas. Sin embargo, el ser mismo es realidad y también centro, y muchos centros son esquinas: rompen el continuo necesario que ellos mismos significan. Muchos centros se hacen sombra y se niegan entre sí. No dejar ventanas, ser exacto es una voluntad: la voluntad exacta de cada bisturí, que no compete al ser.
Compete al ojo que lo mira y no consigue soportarlo.

Umbral

(…) o ingeniárselas por hacer comprensible lo que no puede comparecer en la objetividad del cara a cara”. (Rodríguez, 2011, p.42).

Otros
deciden agrandar la confusión:
ser
sin ser origen ellos mismos:
agrandar la confusión;

ojos que deciden
instalarle a la palabra una ventana
niebla al bosque;
ser origen de otro círculo
sabiendo que el perímetro no llega
que su flecha salió débil ya del arco.

Ojos
negándose la paz de los cuchillos;
se hacen otros para sí
lunas irradiantes para sí;
y ellos saben de aquel sol
que nunca alcanzan;

otros siempre entre otros centros como troncos
sabiendo y jugando a que hay raíz
jugando y sabiendo que hay raíz
y nunca nunca
tocan centro;

abren siempre abren ventanas.

Rodríguez, Ramón (2011) «Naufragio, inhospitalidad, entrañas. María Zambrano ante Ortega y Heidegger Aurora: papeles del Seminario María Zambrano, núm. 12, p. 41-55. Recuperado de https://raco.cat/index.php/Aurora/article/view/250306.
VVAA. (2012). La biblia: edición popular. España, PPC.
Leibniz, G. (2005). La Monadología. Buenos Aires, Quadratta.

Pilar Trol
Consejo editorial agua

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