María Ángeles Pérez López

[La sombra de la tierra]

La sombra de la tierra,
la inicial, la ennegrecida,
fermentada por el humus feliz
del nacimiento,
ocupa la dilatada posesión
del tiempo en que no somos,
en que andamos, rumiados,
en la imprecisa coordenada del deseo
de ser y estar que son nuestra condena,
los dos al mismo tiempo, necesarios
hermanos cada día, inaguantables
en su riña, en su celo, su avaricia.

La misma negra tierra que atesora la lágrima,
que atesora con prisa el suspiro,oleaje,
que especula la justa proporción
de sales minerales, de tesoro
nutriente como el aire, como el beso.

La misma que remonta del invierno,
del tiempo de la infamia, el de la dicha,
la misma que remonta del manantial oculto
con su carga preciosísima de líquido,
la que nace del padre, su batalla
al inicio del amor y de la historia.

(de La sola materia, 1998)

[Islotes]

Hasta el poema llegan, como islotes
de óxido y de plancton celular,
los restos silenciosos del naufragio
en que quedan los barcos y los hombres
tras el amor intenso, el oleaje
que levanta su proa y la sumerge
al fondo de la mar y sus caballos.
Las caracolas guardan su rumor,
la lentitud sombría en que los peces
desnudos se acomodan a morir
y vuelven cristalina su belleza
de fósil, su armadura transparente,
su vertical caída hasta el silencio
en que el fondo del mar guarda la espuma
que levantó el deseo y las mareas.
En su abisal distancia deslenguada,
amor y mar comparten varias letras
y la raíz mojada por la sal
empapa cada signo tras su empeño
por la coloración y el frenesí.
La boca humedecida, la entretela
del cuerpo y sus humores ablandados,
las veintisiete letras rezumadas
por la líquida masa del amor
después se vuelven piedra quebradiza,
astilla y fósil blanco en su rescoldo,
su agalla enrojecida en el vivir.

(de Carnalidad del frío, 2000)

[Mujer y nieve]

La mujer es un bello, implacable animal
que se pinta con nieve el corazón.
Una osezna que hiberna largamente
pero pare a sus crías en el frío,
un animal feroz, sobrepasado
por su propia pasión, temperatura
que derrite la escarcha y los desaires.

Mientras el oso duerme, merodea,
mastica con desgana los recuerdos
y rebaja su tasa metabólica,
ella desgasta el tiempo del glaciar
como hielo que vive su rotura, 
su estallido feliz, cristalográfico
que le devuelve el modo más flexible
y líquido, también nombrado amor
o arroyo que le corre por las patas
y hace bajar al hijo, a los oseznos
hasta el suelo en que habrán de levantarse.
Entonces toma nieve y se calienta
el corazón blanquísimo y ardiendo
en su aterida cueva silenciosa.

A nada temerá, con sus dos manos
arranca sus criaturas, sus pesares,
baja vida caliente de sus ingles,
de sus huesos inmensos y esponjosos
que se abren con dolor mientras hiberna.
Las lágrimas de esfuerzo y de alegría
pintan de sal su pelo entumecido
y al caer sobre el hielo lo disuelven.

Con el perfecto blanco sobre blanco,
la floración arisca del invierno
reverdece al igual que la mujer. 

(de Atavío y puñal, 2012)

[En el aire, la piedra]

En el aire, la piedra ya no duele.
Cuando rueda, recorre con violencia
la edad que se camina hasta ser bronce
y transforma en herida cada lasca.

Limadura, fracción con que el lenguaje
despedaza la piedra en sus dos sílabas
como vocablo hendido y estilete
que afila la humildad de la derrota
para ofrecer la dádiva del miedo,
la floración solar del sacrificio.

Piedra cuchillo, caracola de aire
que encierra los sonidos de la tribu
en el tambor solemne de la guerra,
en la angustia y pezuña de animal,
en la desesperada turbación
con la que Gaza sangra por sus cifras.

Sin embargo, la piedra se resiste.
No está dispuesta a ser domesticada.
Hay en su corazón un alto pájaro.
Hay en ella arrecifes, elefantes,
caminos y escaleras, soliloquios,
las circunvoluciones, el destino,
el álgebra, la luz de las estrellas,
el abrazo de Abel y de Caín.

Hay en su corazón un alto pájaro.
Cuando vuela en el aire, ya no duele.

(de Fiebre y compasión de los metales, 2016)

[Termina el videojuego]

Termina el videojuego: “La oscuridad te ha consumido”. Me sorprendo y comienzo a temblar. Miro la pantalla sin poder entender sus algoritmos encriptados. ¿Cómo sabe? Pero ¿cómo es que sabe?

Y ese tú, ¿a quién apunta con su dedo sin lengua, su índice preciso y privativo? 

¿Puedo mirar hacia otra parte para que no se deposite sobre mí este peso que todo lo concierne? 

¿Escabullirme, cerrar las piernas y que no entre la palabra oscuridad? Suelta el sexo sus pavesas en la carcasa del oído. 

No voy a ceder aunque sea cierto. Aunque comprenda con violencia que cuando creo trazar líneas caprichosas que se enredan y traban en el peine, en realidad caigo con la exactitud de la plomada. También lo hace la certidumbre sin que se alteren ni su pulso ni el fervor.

Pero yo me resisto, por eso me resisto. 

Las rodillas empujan su rótula redonda y mueven el día como si fuera un círculo perfecto, un aro que sostenemos con el fémur para que no se caiga. En los codos también se precipita, sobre su ángulo abierto y contundente, la mayor convicción. 

Abrirse paso con codos, con rodillas, con la mano en la espalda, la nuca saliendo de la boca, el pelo brotando sin ceder. 

Que no se despeguen de mí los cartílagos, que los hematocritos me acompañen, que en mí estén lo líquido y lo sólido con la única convicción de lo imposible: corpúsculos pujando en su clamor.

También las palabras están a medio camino entre lo líquido y lo sólido. Son fluido translúcido que arrastra a su paso cuanto puede: astillas de ramas y de aire, declaraciones de amor, buzones, cláusulas testamentarias, preservativos desechados, partículas de quién sabe qué, balances entre la flora del presente y los estrictos legajos de lo real… Todo lo arrastran, incluido el miedo. 

Con ellas me atrevo a reclamar perennemente un tiempo sin fronteras, aunque la palabra reclamo ya contenga su propio alarido, su derrota pidiendo reiniciar la partida, que aparezcan las letras de Game over con sus chispitas tristes y arrinconadas y que luego todo pueda volver a ser su siendo, su gerundio, su gerundísimo gerundio entre los labios.

La boca ya no tiembla, ni tampoco la mano, que se enfervoriza, agita las alas desproporcionadas, restituye. 

Ante el cortocircuito de las pantallas y el milimétrico abrazo de la sombra, la mano restituye. Como si ella también entrase en el apretado grumo de la gracia. Como si la sangre que por ella circula fuese agua remontando de lo oscuro, claridad que completa y humedece. 

Tarea del zahorí que logra sumar todos los puntos de la partida. Aunque siempre pierda.

(de Incendio mineral, 2021)

Foto: Demian Ortíz

MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ (Valladolid, 1967)


Poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca. Antologías de su poesía han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey, Bogotá, Lima y Buenos Aires. También, de modo bilingüe, en Italia y Portugal.

Su libro Carnalidad del frío ha sido publicado en edición bilingüe en Brasil y Estados Unidos. Incendio mineral (Vaso Roto, 2021) recibió el Premio Nacional de la Crítica en 2022. Libro mediterráneo de los muertos (Pre-textos, 2023) ha resultado ganador del último Premio Margarita Hierro (Fundación José Hierro).Forma parte de la Asociación «Genialogías», volcada en reconocer el legado de las poetas. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, honoraria de la Academia Nicaragüense, hija adoptiva de Fontiveros y miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros, el pueblo natal de San Juan de la Cruz. Es madre de dos hijos. No sabe qué hacer con tanta perplejidad.


Tres detonantes creativos
La emoción. El asombro. La estupefacción. Y en medio, creciendo tenaz, cualquier hierbajo o cosa diminuta o rebelión gozosa de lo vivo.

¿Algún rito preliminar antes de la escritura? ¿Cuál?:
Ser madre me llevó a no disponer de mí, no pertenecerme, así que los ritos (si los hubo) también dejaron de pertenecerme. Lo que ha quedado es la música, en mil gamas (y ganas).

¿Qué fases atraviesan tus poemas? ¿Cuándo pones fin a un texto?:
Llega un primer verso que encierra algo que no sé desentrañar. Me acerco a él, jugamos, a ratos lo abandono, a ratos vuelvo. Creo participar en una danza parecida al amor hasta que algo brilla entre las páginas y quiere quedarse ahí sin que sepa si debo alejarme o no. Entonces el poema me expulsa y expulsa al mismo tiempo la placenta (en) que fui.

¿Cuáles son tus referentes poéticos?:
Tantos que necesitaría varias vidas: Vallejo y Huidobro, Varela y Gamoneda, Gelman y Elvira Hernández, los Grande Aguirre (Félix, Paca y sobre todo Guadalupe), Moga y Mestre, Rosabetty Muñoz y Chantal Maillard, Olvido García Valdés, Julieta Valero, Erika Martínez, Mario Obrero y Juana Castro. Siempre Olga Novo. Y seguiría.

Un consejo al escritor novel:
Lanzarse de cabeza a la escritura aunque sea mar abierto, aunque no sepa cómo va a volver, si es que va a volver. Dejarse llevar en la escritura, conocerla, (re)conocerla, hundir la cabeza y sentir que se asfixia, entregarse. Si hay o no orilla se verá después, si hay o no libro o escucha o continente se verá después pero que la escritura sea la gran cuestión, la única profundidad en la que entrar.

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