Juan Carlos Mestre

De La hora izquierda (Ya lo dijo Casimiro Parker, 2019)

TRES POEMAS PARA PIER PAOLO PASOLINI

Solo porque estás muerto he podido hablarte
como a un hombre de otra manera tus leyes
me lo hubieran impedido.

Pier Paolo Pasolini

I

Hubiera querido góndolas y uvas en tu frente, blanca túnica de vichí para tu cuerpo de arbusto, vomitel, árbol enorme donde tallen timbales, panderetas, músicas al tacto valiente de tu risa, tarambas, oboes y luces en la noche que te cuida, fósil de ámbar, rejalgar, cristal indefinido que gobierna adolescentes. Pero ya el humo que resolvió a los príncipes es témpano dulcísimo, véspero en la tarde de los Médicis, cascabel y sedas en tu luz definitiva, vértigo ahora cuando un arpa inicia fuentes de bálsamo en la memoria, incienso en tu cenotafio de orégano y ciruelas, harina en el hojaldre sin fin, honrado jinete tan suave en el galope y hasta relincho fucsia del centauro que quiso Botticelli para llevarte a hombros a la soledad del ibis, madre comunal y sagrada que devoró el jaguar, cinta en el pelo, miel de palma y almendras en el licor de los festejos.

II

Voy a nombrarte como sol que duda entre el jazmín o la libélula, apenas aurora y ya friso de acanto que te oculta, breve fue el amor o la alimaña y ya están los evangelios anunciando fresas en tus labios, liebres, sacristanes, adobes y pulpa de manzana; quiero esta extensa geografía reducida a brote simple de cerezo y en tu oreja cultivar infiel e íntima la vida, el deseo, el goce carnal de un cielo que devore tu muerte y te devuelva intacto al ágora y al puente, al tren, al mingitorio, a las campanas y a la luna. Que ya vienen las mariquitas de Roma tocando la marimba y las estatuas y la hojarasca y las navajas no son, Dante y el cisne de Veronés, y Venecia no se hunde por ti y no se hace inalcanzable el vértice, porque ya estamos todos sin vergüenza en el pubis de Safo, yuruma, jarabe de maíz, sustancia, hucha y alhelí, caimán y novia.

III

Y es preciso detener la resignación que como mañana blanca de domingo azuza el cárabo, devolver la alegría al alcahuete, el miedo al juez, fingir hasta el éxodo, adornar con azucena cada culpa, convidar a matrimonio, volverse cadmio, baya, ser prodigio, retallecer, rugir y hasta ocultar con velo lo jovial, ingerir jarabes que te vuelvan grillo y regreses en el canto, araña, saurio, gelatina, nivel del mar que lo inunde todo. Porque no me acostumbro, prometido, a revejecer, a regirte en el recuerdo, a reservarte el mármol como si cónsul hubieras sido, tú, hereje mayor, joya que adornó el pulgar, hierba que embosqueció la era, nunca harija, trigo, rayo que destrona, hiere, apila y excarcela. Te quiero ya tambor, voz atonal, adormidera, flauta, tubo de viento. Levanta tu cabeza, cáliz de pan, ven nómada, regresa, hágase la justicia y alegrémonos: Ecce homo.

REMITIDO A SCHRÖDINGER

Era un día de primavera como en la página 127 de los Cantos de Maldoror, los pájaros derramaban sus melodías de trinos, y los humanos, entregados a sus diversas ocupaciones, se bañaban en la santidad de la fatiga. Era un día sin apenas testigos, cuatro hocicos de cerdo por aquí, algún ramillete de sabrosas muchachas que no dejan de preguntar qué es la vida a la orilla de la ciénaga donde brotan los narcisos salvajes. En la estación desierta los partidarios de la Cuarta Internacional esperaban órdenes del hombre de la barba negra. Yo ya había clausurado mi corazón a los modismos y puesto una placa en la puerta en la que podía leerse: Soy zurdo,empuje las nubes con cuidado.

Llevo toda la noche preguntándome por qué son tan pequeños los átomos, en comparación, por ejemplo, con la frase más breve de Goethe. Una trivialidad si a continuación no viniera la frase: Das Sein ist ewig, algo así como que el ser es eterno. ¡Como para no desvelarse! Necesariamente la luz ha detener una velocidad menor a la de la inteligencia, de lo contrario el músico callejero ya se habría convertido en el ángel que mastica a la mujer del gramófono. Quiero decir que incluso el destino químico afecta a la poesía de manera violenta, un azar que aparece entre los volúmenes y las mascarillas mortuorias como una no necesariamente bella muchacha desnuda.

Ya está bien de pamplinas con la atracción universal de los cuerpos ideológicamente bellos, la poesía está hecha de pulsaciones eléctricas y precedentes en desorden, huellas contagiadas por el cero absoluto de la temperatura, es decir, el teorema de los relojes de péndulo, es decir, la niebla biológica, es decir, la mortandad de los prejuicios que afectan al orgullo de las costumbres. Tengo entendido que no hay mayor conjetura que un padre. Una preciosa estadística realizada con los rayos X demuestra la supremacía de lo que está fuera de la comprensión de la conciencia humana, una sombra diminuta con aspecto de vendedor de periódicos y forma de gajo de mandarina que aparece y desaparece cada vez que entre la cosecha de cebada la luz solar de la imaginación da su latido.

Escribo para obtener el premio Nobel de Física, después de todo el desorden exacto de los átomos no es muy diferente al de las palabras armonizadas en la oficina ¿Cuántos son numéricamente hablando los que se miran a los ojos y abandonan su Yo? Dejémonos de extravagancias, ningún espejo es un mecanismo puro destinado a la imitación, sino reflejo de un anhelo variable de lo singular, es decir, he huido del capataz que me persigue con un pedazo de hueso, es decir, el árbol en el que se apoyaba Kant es el mismo en el que se apoyó Mozart, es decir, el réquiem por un sueño, es decir, la disolución del azúcar gracias al motor eléctrico de los místicos y los amantes.

VALLE DEL ALBA

Al alba, a la adormidera pura de los geómetras del sueño, los carboneros y los que transportan tinajas bajaban a las calles desde las aldeas del bosque, repartían sustancias como el calor y la leche, y yo los escuchaba, yo los escuchaba pasar hasta perderse, hasta olvidarse más allá de mí mismo, más allá del humo de los trenes y las montañas nevadas.

Aves del amanecer, potros del alba. Gente de la ciudad a cuyas puertas, tirsos y vapor de caravanas, tañe su juventud la primavera. Los que amansan caballos, hombres cuyo oficio es la madrugada, pescadores de batracios en las charcas umbrías de la aurora y los que curten blancas pieles de cabra bajo la jauría de las estrellas.

Multitud de los valles sembrados de cilantro, multitud azul de la tristeza, muchachas de las cabañas que recolectáis especias, manos enternecidas por la siringa y los pájaros. Vosotros, cuyo silencio no conoce la duración del olvido, timbradores de címbalos, carpinteros de cancelas para los animales en celo, lejanas mujeres de los casares que alimentáis ocas las tardes de lluvia.

Esta es la hora de los ancianos alrededor de una fuente, losa de la cavilación y la antigüedad del anochecer. Ciudad de los que juegan a las tabas bajo los árboles, consentidos aduladores del meteoro y la botánica, musicantes silvestres.

Mi corazón os ha oído, mi corazón largamente ha escuchado el silbo de los astros y al urogallo del bosque. Voces de la diversidad y la astucia junto a la lonja reverdecida por la albahaca de mayo. Voz de los gramáticos y voz de las viudas ante las jaulas de mimbre, exclamación del silencio en los atrios de la serenidad y exclamación de las bestias bajo los puentes ante las herramientas de filo.

Día afligido por un pensamiento cuya sombra no existe. Día nombrado por la prudencia de quien descifra el telégrafo, de quien blanquea un asilo o azoga la soledad de la muerte en la humedad de una fonda.

Concurrencia agreste que acude a mi alma, gente de la colina, gente de las afueras que comerciáis en la plaza, el que machaca romero sobre una piedra de sílice y el que enjambra colmenas entre las matas de urces. País de los trenzadores de banastas, país de los melodistas de armónica y los vendedores de cebos en la extensión de la niebla.

Extranjeros guiados por el aliento de la muerte, constructores de estatuas y maestros de esquila bajo la curva de los soportales. 

Muchachos de las aldeas, muchachos cuya memoria es veloz como el rayo y se desvanece y no alumbra. Jóvenes de una orilla del río, cuerpos de la alameda con una hoz y una azada bajo el aullido de las estrellas.

Ebrios adolescentes en el fervor y en el agua, los solitarios bajo la sombra de los viejos puentes de madera y los que al atardecer contempláis con delicia el jaspe mojado de la melancolía y los sueños.

Hablad de este día, decid de qué perlada víspera de nieve llegáis a mi boca, día de las mujeres fértiles junto a las viñas, día de los dóciles, de los que tallan báculos y de los tintoreros de género.

Gente del río, escamadores de peces, los que engarzan la pluma vívida de los anzuelos y los que sois transparentes como una boya de vidrio en la adivinación de los vientos, gente del estero y los vados, aguadores del amanecer que entonáis en el prado la romanza furtiva de los que saetean alondras.

Tierra que cantas debajo de la tierra. Tierra elegida por los bebedores de vino que trazaron la línea del horizonte y los mapas. Los que encendieron hogueras, el pastor de relámpagos y los acopiadores de bayas, tribu del anochecer, resplandor de los dioses sobre las colinas de hierba. Tierra del alba, frontera de los pulsadores de cítara, pueblo cuya soledad es dulce en el sonido de mi corazón.

VEINTE EUROS DE GELATINA DE CALABAZA

[Fragmentos]

Los funerales tendrían que ser en los pantanos.
Parece justo que los vivos que acompañan al
muerto también lo pasen mal.

Henri Michaux

Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad. Mis relojes marcan cada uno un ayer diferente y el Tiempo, aquel tiempo presente y el tiempo pasado presentes en el tiempo futuro, etcétera, del viejo Eliot, es conducido a punta de revólver hacia el cementerio de las ambigüedades. Una vez allí los poemas pata de palo constatan el rigor mortis del otoño mientras el carpintero de los suicidas corta muérdago en las axilas de la Navidad. Ya nadie se atreve a decir que la hierba es elegante, nadie que la luna es guapa. El azar es un ataúd con teclas de piano que flota en el río, señoritas encrespadas que escupen en el lavatorio de los vagones cama y excitan con un dedo la máquina de coser. Ahora dios se llama Adonais, un taxi a las estrellas. La Edad Media agotó la paciencia de los enamorados, ángeles en caída libre pudriéndose en las cajas de música. En qué diablos estaría pensando, en qué Galpón de las Delicias donde se recogen al amanecer las bailarinas del peep-show. Graznan los sinónimos del ruiseñor en la infancia del forajido y el lenguaje del ausente Freud se desplaza como una ballena de agua dulce tras la inteligencia de los tranvías.

***

Mi amor estaba hecho de cosas simples como un botón y una llave. Los ojos adiestrados eran atractivos como asteriscos, barredores de diamantes que se perdonaban sus defectos en la oscuridad y discutían sin llegar a las manos con los drippings de Jackson Pollock. A veces pienso si es el año del gallo o si será el año del perro. Igual las tormentas sentimentales se agitan como leviatanes en el guante de una gota de lluvia. Era el tejemaneje de los suspiros, el horizonte soñador por poner un ejemplo, las estolas del engreimiento de dios. Probablemente la prensa no publique estos contactos con el oxígeno, solo esquelas de gobernantes vivos y chicas cangrejo, censos con las violetas del Síndrome que envuelven en toallas de Viena marineros ancianos. Bienvenida ignorancia, valoraré tu silencio en la indigencia per cápita. A todas horas, como soldados al plomo acorralados por un monólogo, las estaciones de onda corta transmiten noticias de los tornados, aconsejan el uso de preservativos, sensibilidades azules inconfundibles con unos pantalones tejanos y algún que otro arquetipo de teólogo publicitario. Según Robert Lowell cuando el Vaticano dictó el dogma de la Asunción de María, la muchedumbre en San Pietro gritaba Papá. Cuidado, soy un capataz robusto que no permite chistes en el trabajo.

***

En mis sueños aparecen personajes atormentados y teatritos argentinos, aparecen enormes hígados blancos subidos a los trampolines. Entonces, querida Elizabeth, un judío con gorro de papel de periódico no es más que un muchacho que presiente una mano fría acercarse a otra mano caliente, alguien que ha muerto pero sigue caminando a tu lado, se acuesta en tu cama, te humedece el albornoz, deja colillas en el escritorio. Recuerdo una carta de Rojas, Gonzalo, desde las Montañas Rocosas en la que me hablaba de los faisanes: Hijo, la poesía comulga con ruedas de molino. Está bien, me pondré en la solapa una noche de papel aceitado y saldré a jugar con vuestras devociones en los billares donde se desvanece el asesinato de Trotski. Los amantes tienen en la garganta un gato mágico y campanas de Praga, pero igual las mejillas de los recién casados se oxidan ante los vasos de leche. Ahora todo lo que tuvo que ver con el elocuente erotismo queda a dos pasos de algún local de comida rápida.

***

Te cultivaré con entusiasmo en una maceta, te despeinaré los cabellos hasta que te parezcas a un árbol que regresa de hacer el amor. Luego abandonaremos este barrio sin luz y me entregarás a otro experto coleccionista de lágrimas. La belleza de Rimbaud es un póster de estudiante, pañales en la pajarera del talento. Mala suerte este continente garabateado a bolígrafo, un torreón demasiado hogareño para los esquivos vencejos, paparruchas del anestesista de la imaginación en el museo de los dictáfonos. A tenor de las estadísticas la eternidad solo queda a tres cuartos de hora en dirección al próximo concesionario. Un bosque no es una hilera de pinos, métetelo en tu cabeza de veinteañero, ingenua como el hemisferio otoñal de una trombosis. Odiaremos por este orden al bibelot de la novia, los dirigibles y las tortugas con uñas. No ocultaremos nuestro vertiginoso ascenso a lo desconocido, día y noche entre las educadas actrices cobijadas en los capellanes, como avispas en la bañera, como espuma de afeitar desprendida de los glaciares hacia la cháchara de las cañerías. Pero recuerda, recuerda que eran de costra y de sangre y de Zurita las cordilleras y el cielo. Tachaduras, palabras ennegrecidas anotadas en un cuaderno por la mano amputada de Louis Aragon.

***

[…]

Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad. No, no tengo ningún temor a ser confundido con los ojos de René Crevel en la madrugada. En el music-hall de mi corazón no hay lugar para los cementerios. Soy partidario de tomar prestado el talento de los demás, algún día lo devolveré con una nota de agradecimiento. La crema de los arcángeles sabe a Pierre Reverdy. No estoy dispuesto a pelearme con nadie, donde quiero ir se llega antes en metro. Te regalo mi vida, el porvenir sin oficio y la maleta con besos del viajante de imanes. Hay panecillos en el plumier, hay violetas africanas en el botiquín de primeros auxilios. En todos los racimos de viento baila un adiós de abanico, en esta bola de nieve cruje un somier ermitaño. Rezad por lo que parecía una fácil victoria de los chaquetas azules. Dicen que cada siete segundos pasa desapercibido un milagro. Yo soy el amor, tú eres el amor, nosotros fuimos el amor. Por el amor en peligro, uno, dos, tres salvavidas.

LOS REFUGIADOS

Como si nadie oyese en la cripta del corazón las espinas del pájaro de la barbarie, nadie es nadie. Nadie el senador de los tirantes elásticos. Usted es nadie, sombrero de las recepciones, y vos pamela de la medusa, vuesa esquiva merced arrinconada en el trato con otra clase de nada. Nadie en la multiplicación son hoy los felices, y nadie el giróvago antílope que danza en los subterráneos. Yo soy nadie. Tú, el vocalista en la boca moderna de nadie. Y tú, poesía, oca viuda de los quitasoles, linterna de los espías tras la limusina de los ataúdes.

A qué viene eso de la mancha de los espíritus, a cuento de qué decir ahora que tras esta compuerta aúllan en las bandejas los ojos del refugiado. Dicho así, el placer y los cubitos de hielo son corrupción en los recintos de música, fechas acuñadas en plata sobre los capítulos de la fatalidad.

Algún día lo que ahora escribo será inteligible. Algún día, en el perímetro de las cosas sabidas, la época de los sufrimientos que hicieron visible el mercado de las heridas será entendida como edad de una sábana rota, órbita de nuestra desnudez recubierta de insectos como lengua del gran pez moribundo.

Cuando nadie sea ya nadie en la dentadura fósil del universo, y nadie, es decir, nosotros, los rumiantes en el dolor de los sobrevivientes, hayamos arrancado de raíz la palabra destino para referirnos a la compasión, hayamos enterrado los cargamentos de misericordia y las heces de hiena, hayamos aceptado la infamia como conducta de época.

Cuando nadie sea ya nadie y no haya huellas de nadie ni frutos de nadie en los mercados del pensamiento, esto se olvidará, esto también ha de ser olvidado por el magnetófono aéreo de lo que oscila en el cosmos, y la podredumbre de nuestro silencio y la bisutería de los diplomáticos alrededor de las fosas comunes.

Nadie es nadie, escritura de las elocuentes cifras que suman dolor al oprobio, cinta azul de los legajos de la minuciosidad. Nadie es nadie bajo la lente de los archiveros. Nadie con su puñado de tierra, el oferente y el lúcido, el préstamo de jerarca invisible en nosotros, huyendo en el taxi de la conciencia de las columnas de humo.

Para qué sirves entonces poesía de las hojas incendiadas por las pavesas de la justicia, vieja poesía de los herbolarios, mostaza de los cónsules que predicaron el amanecer. Hacia dónde, hacia quién, venerable Whitman, junto al apacible río de los pensamientos sagrados sumerge la mujer su criatura en el agua antes de la incineración.

Como si nadie oyese las espinas del pájaro de la barbarie, parece ser que aquí nadie es nadie. Nadie el silencio y su caldero de cal sobre los desaparecidos. Codicia, eso dice aquí la palabra codicia.

JUAN CARLOS MESTRE (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor de varios libros de poesía y ensayo, como La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon (Edt. Calambur, 2011), Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985), La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 1992) o La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, Hiperión, 1999). Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007), La poesía no es una misa cantada (edición de Carlos Ordóñez, Lustra editores, Lima, 2013), La imagen de otro espacio (edición de Manuel Ramos Van Dick, Edc. Sarita Carbonera, Perú 2013). Con La casa roja (Calambur, 2008), obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2009. De más reciente aparición es La bicicleta del panadero (Calambur, 2012) por el que recibió el Premio de la Crítica.

Ha colaborado y hecho grabaciones discográficas con músicos como Amancio Prada, Luis Delgado, Cuco Pérez, José Zárate o Hugo Westerdahl con quienes ha realizado conciertos, performances y lecturas ante diversos auditorios  de España, Italia, Francia, Noruega, Finlandia, Suecia, Irlanda, Bélgica, Rusia, Lituania, Portugal, Grecia, Israel, Costa Rica, Yugoslavia, Bosnia-Herzegovina, Polonia, Reino Unido, Serbia, Ecuador, Cuba, Marruecos, China, Túnez, Argentina, Perú, Chile, Líbano, Colombia, Honduras, México y los EE.UU.

Ha realizado las antologías sobre la obra poética de Rafael Pérez Estrada, La palabra destino (2001), y La visión comunicable (2001) de Rosamel del Valle, además de la edición comentada de la novela de Enrique Gil y Carrasco, El señor de Bembibre (2004); es autor de El universo está en la noche (Casariego, 2006), libro de versiones sobre mitos y leyendas mesoamericanas, asimismo ha adaptado y dirigido para el Festival de Teatro Clásico de Almagro la versión radiofónica de El perro del Hortelano de Lope de Vega con el cuadro de actores de Radio Nacional de España.

En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, Europa, EE.UU. y Latinoamérica. En 1999 obtiene una Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional y semejante distinción en la VII Bienal Internacional de Grabado Caixanova 2002, Premio Internacional de Arte Gráfico Atlante 2009 y III Premio Internacional de Grabado Dinastía Vivanco en el 2010.

De su diálogo con la obra de otros artistas y poetas han surgido, entre otros, los libros Piedra de Alma, con José María Parreño (1994), Crónica de amor de una muchacha albina, con Rafael Pérez Estrada (1994), Emboscados, con Amancio Prada (1995), Bestiario apócrifo, con Álvaro Delgado (2000), Enea y los gatos, con Javier Fernández de Molina (2002), El Adepto, con Bruno Ceccobelli (2005), Arde la oscuridad, con Alfredo Erias (2007), Los sepulcros de Cronos, con el escultor Evaristo Bellotti (2007), Cazador de lunas con Javier Pérez Wallias (2007) Extravío en la luz con Antonio Gamoneda (2008) y la edición francesa de Le Bestiaire de Livermoore con Rafael Pérez Estrada (2013). También ha editado el Cuaderno de Roma, versión gráfica de La tumba de Keats (Monosabio, Málaga 2005), La mujer abstracta (El gato gris, 1997), con Ediciones El caracol descalzo libros de artista como Adiós (2012) sobre un poema de Apollinaire, Las Fábricas (2012) con texto de André Breton y Philippe Soupault, Los Proverbios Modernizados (2013) de Paul Eluard y Benjamin Péret, y acompañado con sus grabados plaquettes de Chantal Maillard, Esther Folgueral, Alexandra Domínguez, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Javier Bello, Diego Valverde Villena, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, José Luis Puerto o Jorge Riechmann.


¿Algún rito preliminar antes de la escritura? ¿Cuál?:
Ninguna ceremonia ni hábito invariable, poco amigo soy de los ritos pues la poesía, como pensaba Saín-John Perse, tiene más que ver con el acto de desobedecer la costumbre que con la reiteración de cualquier tipo de fórmulas. No le otorgo, desde luego, importancia alguna a la manera en que el poema se hace presente, o se presiente, en la conciencia, siempre en mi caso consecuencia de una azarosa confluencia de percepciones intuitivas, de articulaciones inconscientes del pensamiento, más vinculadas a la activación neurobiológica de la sinestesia que a la percepción racional del conocimiento. Quiero decir con ello que el poema actúa de algún modo de manera emancipada del raciocinio deductivo, establecimiento un grado de autonomía crítica a través del lenguaje, variaciones perceptivas que tienen más que ver con una activación involuntaria de lo sensorial y lo cognitivo que con lo estrictamente volitivo. La interposición del azar en el proceso de escritura desplaza lo deliberado, de ahí, acaso la indagación autónoma a toda preceptiva que considero es todo poema como insurrección neuronal a las conductas previsibles de las rutinas, métodos y prácticas del habla.

¿Qué fases atraviesan tus poemas?:
Las etapas y situaciones son siempre variables, ningún proceder frente a un poema sirve para resolver los desafíos del siguiente texto; hay secuencias, sí, acaso un apercibimiento de algo que es previo a la idea, un hechizamiento musical y prelógico que se anticipa al lenguaje a través de los sentidos de la percepción y que deviene en presencia, en circunstancia lingüística, en posibilidad de un desenvolvimiento en que ya entran en juego otras facultades derivadas de latan subjetivamente de la memoria y el placer político de la enunciación, lo que llamamos la decisión, hasta donde podemos ser responsables únicos de ella, de expresar una idea acerca de las cosas del mundo.

¿Cuáles son tus referentes poéticos?:
Todos, todos los que he tenido a mi alcance. Nunca un libro de poemas me ha resultado en indiferente, ya por haberme ampliado los horizontes significativos de la realidad como por
balizado de algún modo las zonas de peligro del tedio. Hay referentes constructivos, desafiantes, que abren y permiten el acceso a lo revelador, a la elocuencia de lo maravilloso, al amparo frente a lo ominoso, que ayudan a resistir, que ponderan con su inteligencia la torpeza indecible de la vanidad humana, poetas de acción y de consuelo, poetas en la necesidad y en el don, poetas vigilantes del fuego y anticipadores de pensamiento crítico, poetas que salvan, que dan nombre a la necesidad y prosiguen la tarea moral de reafirmar la dignidad humana, poetas de la ética, personas que han escrito páginas admirables de cuanto es la memoria de la belleza humana y la lucha por los derechos civiles a la felicidad, amigos de los árboles y de los animales, poetas un paso más allá de ellos mismos, amigos de los otros, de los diferentes a ellos mismos, compañeros de los débiles y los humildes y los descontentos. Esos son, diría, ajenos a toda categoría de lo modélico mis perdurables afectos: John Keats, Walt Whitman, Rosalía de Castro, Federico García Lorca, Juan Larrea, Allen Ginsberg, Violeta Parra, Pier Paolo Pasolini, Jorge Teillier, Elizabeth Bishop, Wislawa Szymborska, Anna Akhmatova, Anne Sexton,Nelly Sachs, Antonio Gamoneda… ¿Puedo seguir?

Un consejo al escritor novel:
Que no haga caso jamás, bajo ninguna circunstancia, de ningún consejo estético.

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