VIAJE
Murmurando un idioma que
entiende cualquier célula, llega el
mar hasta las puertas de un niño que
se moja. El mar hospital es el mar
aeropuerto, a diez kilómetros de altura
se traza una línea sobre la arena donde no
alcanzan las olas con sus manos maternas
y hasta siempre el agua por los
tobillos. El mar verano no es el
único, está también el mar en la ciudad
exilio: el cable del teléfono enterrado
en el fondo, nombres que superan el
naufragio y se arrepienten y reclaman
apellidos, la gestación de una mitología,
la necesidad de aprender a despedirse
sin haber aprendido a saludar
y sobre todo la precaución de
no pisar las junturas de las baldosas, no
acercarse a los bordes ni conjurar
lo liminal o la antizona. El mar
asoma en todo lo que es
puerta: los ocasos, las bocas, la
música, estar solo; asoma y anticipa
la isla y el azar, la sensación de
consecuencia sin causa conocida.
El mar dos polos también finge, simula un
pez lineal, adusto, recurrente; y pájaro,
se resiste al resumen y a la síntesis, pez
cuyo vuelo se aloja en otro mar.
(de La sal, 2005)
LOS ESPACIOS CERRADOS
Tendrás que ejercitar los ojos
recogiendo las nubes que te envío,
la limpia altura de las chimeneas
que diseminaban olor a azúcar
por toda la ciudad, las imágenes
que arrastra la corriente subterránea.
Ahora sí que empuja el viento,
viene entre las estatuas para agitar
emociones antiguas que aún no tienen
nombre, para golpear las puertas
de los espacios cerrados donde la culpa
circula con fluidez, donde vibran
las mentiras y el pasado
se sueña diferente.
Está nevando mucho,
todo es blanco fuera de mí.
(de Estudio de lo visible, 2007)
TEORÍA
Ése es el juego maravilloso: que
parezca un símbolo, haz que nos arrastre
con la estrategia de un símbolo.
El judo era así, también
la seducción: aprovechar la fuerza, el movimiento
del otro, sus ganas de soñar, sus
carencias, su proyección de imágenes-misterio
en una pantalla que se desplaza siempre
hacia los actos. Manejamos sólo unos
recipientes opacos donde no hay más
que cierta capacidad para el juego,
y eso no es poco. El texto
no es simbólico, lo que es simbólico
es el lector.
Adoro la teoría porque tengo miedo
de lesionarme.
La práctica es para los perros,
que pueden acoplarse a la vista
de todos. Dales un pelotazo
a esos perros.
La práctica es posible. La teoría
es utópica o al menos delirante,
y la adoro por eso.
Sufrí mucho saltando por las piedras ásperas
de la costa con una novia rubia
y robada de la mano. Escupía
la espuma sobre aquellas rocas abrasadas
por la erosión y uno se imaginaba la piel de
las ingles ensangrentada y la sal
de las curaciones y el ardor y a una
madre llorando y toda la ilusión y la energía
invertidas en ese cuerpo, en ese
recuerdo hinchado y espantoso.
(de Niños enamorados, 2015)
POSIBILIDADES EN LA SOMBRA (fragmento)
Tal vez ese ojo no sea bello,
pero yo lo veo bello porque puedo entrar en él
y verme bello, triste y aceptado,
frágil y pequeño,
volando por encima de las cosas del mundo.
Tal vez ese ojo no me mire como yo lo veo. Yo era
ese ojo. Yo seré ese ojo. Hay otro ojo al lado y
no es igual. Yo no soy ninguno de ellos. La diferencia
que hay entre esos ojos tal vez sea la misma que hay entre
nosotros,
cuando tus ojos me miran y yo entro en tu ojo
y veo cosas que no ves, que no hay, el dolor,
el cansancio.
Ese ojo es un salto, una promesa, un hito, como
cerca de las cataratas había un hito, una piedra que marcaba el
lugar de una promesa, antes de que existiera el mundo
y se rompiera.
Antes de que existiera el mundo y se rompiera
había un jardín, era una foto de un jardín
con una mesa y cuatro sillas, y una
se había caído para atrás. Un terremoto
tira una silla para atrás y eso no está en
tus ojos. En tus ojos hay otros jardines,
no hay tiempo todavía. En tu nariz hay
tiempo, el tiempo sube por tu frente
y no se ve.
Tal vez tu padre pueda meter las
manos hasta las muñecas en un río
de sangre, lavarse las manos en sangre.
Tal vez me cures el miedo, o me inocules
el miedo, pero eso ahora está detrás
y tiene la presencia intermitente del
deseo.
Todo es aquí deseo, pero
¿deseo de qué? De tiempo, de
sangre, de tener veinte años para
no saber,
no la energía sino la
deriva de los veinte años;
deseo
de descansar y de que algo no
termine nunca.
Tal vez el calor baste para apagar
esa pregunta, o el sabor,
o una forma nueva de dormir y mirarse.
O tal vez no se trate de apagar
sino de alumbrar otro sol,
cuando subes
y bajas sugiriendo otros soles,
otra sangre.
Nada de esto está
en ti, ahora, ni yo sé nada de
tu miedo o tu deriva. Sé que había una silla
tirada para atrás, en el jardín,
y que tú me miras.
Tal vez en la proximidad destaque
la diferencia. Tus ojos están cerca de tu
boca,
que se abre o se rompe para que sigan
fluyendo los ríos y abre o rompe la lógica
del miedo. Cuando tu boca se rompe, te creo.
Cuando tu boca se abre, te toco.
Miro fotos que muestran cosas
que no están en las fotos.
Hay
alguien esperando y alguien que
camina. Miro la foto y veo
la tristeza de una silla.
Tal vez quieras ayudarme a levantarla
o sentarte en el suelo, a su lado.
Yo quiero darle una patada,
quemarla, sacarla de la foto.
Tal vez podamos bajar al río,
meternos hasta las rodillas en el
río, calzados, para no cortarnos.
Una hora metidos en el río hasta
las rodillas y cambiaría nuestro concepto
de esperanza. Mi concepto de esperanza
tal vez se parezca al tuyo como
un río se parece a su valle
o a su catarata, o como este río
se puede parecer a tu boca
cuando
no la miro o cuando estamos
metidos hasta las rodillas en el río
una hora. Es raro, lo de los parecidos,
cuando hay un río en medio
o veinte años. Desde mi orilla,
el concepto de esperanza está gastado,
pero la esperanza no; desde la tuya,
todavía no ha acabado de formarse.
En eso se parecen, como no mirarte
se parece a rozar
tu boca,
o un río se parece a verlo desde lejos.
Tal vez a esa silla no la haya
tirado un terremoto, sino el peso
de la esperanza.
Tal vez prefieras subir una
montaña lentamente para ver
qué hay al otro lado. No hay
nada al otro lado. O tal vez
estemos tú y yo bajando una
montaña. ¿Qué te gustaría
ver ahí? ¿Una segunda oportunidad?
¿Un fracaso merecido? ¿Un
sentimiento mutuo? ¿Una emoción
fugaz? ¿Una montaña? Y tal vez,
si me rozas, pueda descubrir lo que
me gustaría ver a mí. ¿Una reacción
visceral? ¿Un dilema ético? ¿Una
persona mirando una montaña?
Pero tal vez donde tú ves una montaña,
yo vea un río; donde tú ves un dolor
leve, yo vea una promesa; donde
tú ves agua, yo vea sangre. O tal
vez yo vea un símbolo donde tú
ves un rastro; yo vea una mirada
limpia donde tú ves una cosa;
y donde tú ves un jardín, yo
vea una silla caída.
Hoy he visto, en un sueño, lo que
había al otro lado de la montaña,
pero ya no lo recuerdo.
Sé que era
un poco previsible pero no decepcionante,
algo encajaba, como a veces las cosas
encajan en los sueños y en la vigilia
todo es discordancia. Esa forma
en que encajan las cosas en los
sueños tal vez sea lo que busco
en la vigilia,
cuando miro tus
ojos o tu boca, cuando subo una
montaña y pienso en lo que verás
tú, cuando entro en tu ojo
para verme mirándote, despierto
y activo, ilusionado, nuevo.
(de Posibilidades en la sombra, 2019)
por un lado
lo miré con mucha atención
por un lado estaba mal y por el otro estaba bien
lo cosí con mucho cariño
por un lado era verdad y por el otro era utopía
lo ausculté con muchísima esperanza
por un lado era una pregunta y por el otro un cambio de sentido
lo describí con mucha torpeza
por un lado estaba lejos y por el otro estaba en llamas
lo perdí con mucha alegría
por un lado era nuevo y por el otro era increíble
lo medí con bastante exactitud
por un lado era negro y por el otro era rojo
lo interrogué con cierta indiferencia
por un lado era igual y por el otro era distinto
lo acompañé con mucha ansiedad
por un lado estaba roto y por el otro estaba hablando
lo elegí con muchísima prisa
por un lado era suave y por el otro era húmedo
lo regalé muchas veces
y sólo tenía un lado
(Inédito)
MARIANO PEYROU (1971) es autor de ocho libros de poesía y tres de narrativa. Sus últimos títulos son Los nombres de las cosas (Sexto Piso, 2019) y Posibilidades en la sombra (Pre-Textos, 2019). También es autor de un ensayo de reciente aparición: Tensión y sentido. Una introducción a la poesía contemporánea (Taurus, 2020).
Peyrou es saxofonista y licenciado en Antropología Social. Vive en Madrid, donde trabaja de profesor de Escritura Creativa, Historia del Jazz y Estética de la Música. También se dedica a la traducción.
Ante el cuestionario planteado, el autor nos envía un poema que funciona como poética. El cuestionario refería las siguientes preguntas: Tres detonantes creativos // Algún rito preliminar antes de la escritura? ¿Cuál? // ¿Qué fases atraviesan tus poemas? ¿Cuándo pones fin a un texto? // ¿Cuáles son tus referentes poéticos? // Un consejo al escritor novel.
un árbol
puedes hacer varias cosas con este árbol
cubrirlo de un color original o dibujarlo en tu mente como si fuera un río
talarlo con las uñas hasta modificar tu percepción del tiempo
calcular su altura y equivocarte y no darte cuenta
puedes olerlo como si pensaras sin palabras
esconder sus raíces debajo de la tierra y pintar de verde la más verde de sus hojas
sentarte sobre lo que fue su sombra y esperar a que se haga de día
definirlo para que sea a la vez hermoso y artificial
inventar un incendio y salvarlo
cambiarlo por el derecho a desplazarte por el prado
convertirlo en papel y describirlo de una forma diferente en cada folio
caminar en círculos alrededor de cualquiera de los árboles vecinos
pincharlo con un alfiler para constatar que no se queja
tener una larga conversación a la luz de sus pájaros y descubrir que alberga tantas
contradicciones como alas
puedes tomarlo como ejemplo en un ensayo sobre la horizontalidad
amarlo compasivamente pensando en los poderosos vientos que trajeron desde las
estrellas la materia que lo forma
palpar su rugosidad con cada uno de los dedos o con la palma entera
lo que no puedes hacer es entenderlo
(de Estudio de lo visible, 2007)
Un comentario
Rodar sobre tus poemas y no querer que acabe nunca la ladera