La imagen poética: metáfora, metonimia, símbolo, horterada

Inmediatez, fotografías, vídeos breves: el ojo atacado, buscando bajar el brillo, evitando el foco azul. El ojo rojo. 

La literalidad: el empacho, cerrar los ojos para poder ver.

Siglo XXI: el siglo de las imágenes, y qué con la poesía y qué con la imagen poética y qué con el cuello puesto dispuesto a declamar.

Dentro de los elementos constitutivos del hecho poético, la imagen poética, la metáfora, es uno de los principales: si le dice usted a alguien lejano, dígame sobre la poesía, pondrá mano en el pecho y, en pareado de anuncio o de velero bergantín, llevará a la rima la rosa breve, elevará el dolor por sobre sus hombros, tan cursi y rimbombante, realizando una no desmerecida imitación de ese bicho conocido como poeta.

Oh, el poeta.
Oh, la rosa.
Oh, póngame un Aperol. 

Nosotros, que sabemos que el vino y la cerveza son la antesala de elixires más oscuros, que el verso tiene sus orígenes en una adolescencia doliente y esquiva, sabemos que de Aperol poco, pero que mucho hay de toda esa expresividad tremenda, dramática, arrebolada: en “ohhhh” y “ayyyyy” infelices caemos y caemos y a veces caemos muy queriendo y otras sin querer. 

Teniendo todos los clichés sobre la mesa, también digo que derecho hay a mover la mano al aire de la vida y hacer cosas horteras e incluso, hacerlas no horteras, tener desde la imagen poética la posibilidad de tejer mundos nuevos, mundos otros, sin guías de lecturas, solo mundos que suceden donde suceden las cosas importantes: en los tensores de la boca, cerca de esa válvula que nos confirma el reflujo, en los ojos e incluso en el gritito de un ¡oh! que bien podemos dejar dado al aire ante una lectura sorprendida.

Pero qué sucede hoy.

¿Avanzamos a una poesía sin imágenes? ¿A una mente sin cuerpo?
¿En qué sentido o a qué debe tocar la imagen poética para seguir siendo poética, para ser constitutiva, para no ser -hija de los tiempos- totalmente literal?

Citando a V. Sklóvski el arte es pensamiento por medio de imágenes. 

La poesía es el arte de la sugerencia, del extrañamiento, del esbozo. Del final del boceto, de un instante, del lápiz.

La imagen poética tiene esa vocación de esbozo: aproxima universos nuevos, como un cuaderno de campo para la imaginación.

La imagen poética debe llevarnos al extrañamiento, al asombro, a las preguntas.

Sugerir sin definir.
Decir sin contar.
Dejar ver. 

Por eso la imagen poética es una aliada, un recurso de asombro y desestabilización, una imagen que entiendes sin poder explicar (narrar); una imagen que dice.

En palabras de Gonzalo Escarpa: “Escribir un poema se parece a soplar sobre el fuego”. Esto es la imagen poética.

Sucede que a las imágenes poéticas les suceden cosas, también, surgen juguetonas y provocadoras junto a otros recursos retóricos: por un ánimo sonoro similar se aliteran, de manera sinestésica sustituyen en la epidermis los sentidos que componen de manera tradicional la realidad, la metáfora vive y amplía los límites imaginativos, irrumpe el concepto de lo conocido, sin llegar a perder cierto grado de realidad, de exterior, la imagen sola de sí, por sí misma, haciendo un nuevo mundo dado, diciendo todo, la personificación…

La imagen poética significa lo que es y lo que significa, también como el eco que queda.

En definitiva: los ciervos color púrpura que te miran atentos al borde un arcén
y silban, suenan, saben
sintaxis, suavidad:
el terco anonimato, caer de pie en el verso. 

¿Pero qué es esto de la imagen poética?

Intentar definir de forma concreta este concepto me resulta un poco complejo por toda la herencia que deriva de la propia palabra “imagen” y todas las controversias que genera “poética” o poesía, que viene a tratar de especificar un tipo de imagen hecho desde la palabra.

Igualmente parece difícil posicionarse a favor del extrañamiento (V. Sklóvski) sin previamente definir el signo, los elementos básicos de la comunicación y el lenguaje cotidiano respecto al lenguaje poético, sin acabar de entrar en elementos propios de la semiótica. Siendo esto cierto, voy a utilizar de forma anárquica algunas de las posiciones estéticas o teóricas respecto al signo, al significado y al significante.

A recoger algunos enfoques que, en la superficie de sus teorías, me resultan interesantes a la hora de responder a una de las preocupaciones que versan sobre el no-lector de poesía -no entender- e, igualmente, nos vuelven obsesivos para atisbar significados o sencillamente sentirlos sin que ninguno de ellos sea válido o certero: es decir, quedarnos en la recepción de lo sugerido sin por ello sentirnos incómodos, más bien al contrario, sintiéndonos alimentados.

En ese no llegar a saber pero intuir se produce la poesía, a menudo retratada por una imagen poética.

Imagen está definida por la RAE como:

“Figura, representación, semejanza y apariencia de algo”.

Y en su cuarta acepción la definición que corresponde a la retórica:

“Recreación de la realidad a través de elementos imaginarios fundados en una intuición o visión del artista que debe ser descifrada, como en las monedas en enjambres furiosos”.

Poesía quedaría definida como:

“Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa”.

Ya tenemos que disentir de ese absoluto que nos lleva a juntar la poesía con belleza: una vez saltado ese bache, podemos rescatar términos como representación, semejanza, apariencia, recreación a través de elementos imaginarios fundados en una intuición por medio de la palabra que debe ser descifrada.

La imagen de la moneda y los enjambres, nos la quedamos también.

Quizá más que elementos imaginarios, elementos de extrañamiento, de desplazamiento del referente real hacia la abstracción y hacia la última instancia, el símbolo. 

Somos seres signados, somos seres simbólicos. 

El símbolo es la representación de una realidad que podemos abstraer en un concepto acordado. Una construcción no literal que compartimos. 

El lenguaje a priori es una representación signada y compartida que recoge la realidad.

Y ahí entraríamos en los elementos comunicativos: el lenguaje codifica y transmite, por distintos medios, una realidad: el emisor -el poema ¿el poeta? no, el poema- lanza un mensaje con una finalidad que, a priori, recibe pasivamente el receptor.

Ahora bien, el lenguaje poético pervierte en sí, de nuevo juega, con las estructuras básicas del lenguaje como hecho comunicativo, primero, porque la función última no es entender, sino, a mi modo de ver, entrever, y porque el receptor es un sujeto activo que se ve impactado, conmovido por el hecho poético: esto sucede a un nivel más breve con la imagen poética.

A nivel estético, o dentro de las posiciones teóricas que se trabajan en la estética de la recepción del arte, Jean Paris atisbó una clasificación que, desde la superficie, me parece muy interesante para acercarnos a esto de la imagen poética. 

Definamos primero el signo lingüístico.

Unidad formada por un conjunto de fonemas (significante) que se asocia a un objeto, una idea o un concepto (significado).

Así el significante tendría para Jean Paris una estructura superficial, y el significado una estructura profunda: al final la imagen poética utiliza los significantes de una manera no habitual para generar nuevos significados que son, efectivamente, imposibles de definir por un lenguaje que solo se refiere a la realidad, al ser el mensaje el objeto mismo de realidad y el asombro y la duda los herederos eternamente hambrientos de sentido.

Así el lenguaje poético está de alguna forma libre del carácter ancilar que se presupone a un concepto encerrado, literal y concreto del mundo cotidiano, vaya, el concepto que sirve (también con sus limitaciones) para comunicarnos. 

¿No entiendes qué dice el poema? ¡Felicidades! Lo importante es ver a dónde te lleva, que sea indicativo, explosivo, luminario. ¿Te sucede el poema? Entonces estamos donde queremos estar.

Para Eco, citando a Yvancos, se trataría de “(…) un trabajo de codificación que debe incluir la persuasión ideológica, las circunstancias y los elementos extrasemióticos, es decir, un modelo que enfatiza el rol de la interpretación como clave del proceso y no como simple recepción pasiva o mecánica de datos”.

Retomamos el concepto de desvío propio de la Estilística idealista. Entra aquí la intuición, la capacidad creadora e individual que debe ser finalmente descubierta por la crítica, por el receptor, conllevando un lector activo, impelido, reclamado.

Cómo se aleja el significado del significante nos daría una distinta gradación de las metáforas, de aquellas que funcionan de forma simbólica como elemento sustitutivo escogido de forma oficial para ocupar el lugar de un concepto (pensemos en el simbolismo lorquiano o en el uso colectivo que puso Jung de manifiesto respecto a asociaciones colectivas) hasta la comparación, donde el símil entre significantes genera un sentido mucho más claro y literal.

Y, en medio, la metáfora, ella, llena de imágenes, de sugerencias, de apertura.

Si bien es cierto que la imagen poética no surge únicamente en esta figura literaria, puede surgir de la repetición, de un cambio repentino en una estructura, de una descripción narrativa de un lugar cuya paradoja surge en lo que relata la descripción, en un hueco blanco donde se recoge el silencio que el poema dice, o en una escalada de versos que ocupan, con el orden que da un dado, el folio en el papel.

¿Podemos extrañarnos sin caer en el tropo?

¿Es la imagen poética la compañera de juergas del hermetismo simbólico? ¿Puede surgir de ahí, ante la necesidad de una poesía pura, sin fuegos artificiales, su actual decadencia? ¿Estamos finalmente al borde de des-retorizar la retórica? 
¿Puede existir una poesía sin extrañamiento?
¿Una poesía sin imágenes?
¿Nos la queremos permitir? 

Comparto aquí algunos ejemplos que me hacen decir NO a esas preguntas.
Por el extrañamiento, por la imagen poética, por la retórica, por los grititos. Sí, Bachelard, tenemos hambre de imagen. 

LA CARRETILLA ROJA, poema de William Carlos William en la traducción de Mariano Peyrou para su libro Tensión y Sentido (Taurus, Marzo 2020).

Cuanto depende
de una

carretilla
roja

barnizada con
lluvia

entre los pollos
blancos.

Fragmento del libro Historia de la leche, de Mónica Ojeda. 

(…) De su epicentro nace una guadaña como un párpado de acero cerrándose en la bruma bautismal de su oleaje

-Esto es lo primero que verás -sentencia la rama despojada
del peso de su cabeza- antes de atravesar la raza del otoño

Fragmento del poema EL CIELO TAN CERCA DE LA BOCA, de Mara Larrosa.

(…) Dientes alcohólicos, malvones blancos azaleas
-la flor la yuca, del trueno / terrazas de mosaico
y vergüenza de menstruar/ Algunos amaron mis vestidos
de nylon /Sábanas casi secas flotando en el segundo piso
y calzones de hombres.

Fragmento de LOBO, poema recogido en la antología Los líquidos íntimos, de Olga Novo

(…) Ahora ya sé
seguro
que las tripas del último lobo me rondan el lenguaje
y si un día el monte me atraviesa para volver a su casa
indicaré con el dedo aquí dentro
donde la voz se me toma como un reo
¿Qué diré ahora
si me preguntan
a qué tengo miedo?

Inicio de Los versos del eunuco, de Luisa Castro.

CAE IMPENITENTE UNA LLUVIA DE FALOS
UNA VIRGEN SE LAMENTA

De noche cuando el eunuco
duerme
soñando con mi tercera muerte y mi corazón
divide el oro de la sangre
un pequeño temblor me habita por la boca.

Pulsar útiles arpas
entonces,
templar cálido hierro, cerrar
sobre algún sexo las manos aun gritando
sólo puedo morir, sólo puedo morir,
quizá signifique
estar cerca
de mi soledad con un nudo.
Quizá signifique verter fotografías en una zona
a menudo extranjera
golpeando una arena cimentada.
(…)

Fragmento de La edad de merecer, de Berta García Faet.

HUESOS DE PEZ

I

el título del poema que te escribiré cuando estés lejos
mañana por la mañana rumbo a Dinamarca
será
huesos de pez

así es como se rompe, un corazón perezoso:
una piedra
que parece
una brusquísima piedra
y, no obstante esta pasión decimal
(….)

XII, Trilce, de César Vallejo.

Escapo de una finta, pelusa a pelusa.
Un proyectil que no sé dónde irá a caer.
Incertidumbre. Tramonto. Cervical coyuntura.

Chasquido de moscón que muere
a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?
Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.

Incertidumbre. Talones que no giran.
Carilla en nudo, fabrida
cinco espinas por un lado
y cinco por el otro: Chit! Ya sale.

Andrea López Montero
Consejo editorial agua

Un comentario
  1. QUÉ POÉTICO TEXTO, SUAVE Y PODEROSO, CUÁNTA IMAGEN. MUCHAS GRACIAS. TRAERÉ POR ACÁ A MIS AMIGUES DEL TALLER DE NARRACION ORAL QUE ESTOY COMPARTIENDO PARA QUE LO DEGUSTEN

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