Ocurre la poesía

CONSIDERACIONES SOBRE EL HECHO POÉTICO

Abordar el hecho poético. ¿Qué lo constituye? ¿Qué configura a un texto como poético? ¿Qué es lo que lo convierte en poesía frente a otro, incluso frente a aquel que, aún utilizando marcas propias de lo que se ha definido formalmente como poesía, no alcanza tal consideración?

Averiguarlo es una tarea compleja, un territorio de difícil acceso y definición. Pero insistimos en las preguntas una y otra vez.

¿Y dónde reside la poesía? Como en otras áreas de la creación, la poesía nos conduce a espacios que solo existen y son posibles en ella y en el poema (sea un texto o sea otro lugar del lenguaje). Allí, lo sublime y el pensamiento se alternan o se conjugan con la estética, con la experiencia sensorial y con el ritmo. Es entonces cuando lo poético se desencadena, en la trascendencia de la propia realidad de la que se nutre y en la construcción de otra singular que se produce dentro de o a partir del hecho poético.

Llegamos así a la experimentación del goce, bien estético bien intelectual; a una vivencia que podríamos llamar de traslación o de conversión, como lectores y también como autores.

Pero, ¿qué hay en la lírica que la defina como tal y que nos asegure su presencia, el fenómeno del hecho poético? ¿Acaso podríamos conjurarla de algún modo?

Tal vez esta necesidad de saber, de acotar, de definir sea connatural a nuestro ser. Este deseo por dar explicación a toda experiencia nos inviste de lo humano pero, con absoluta seguridad, por más que nos impulse este afán, el asunto que nos ocupa difícilmente se puede abordar desde ninguna disciplina que pretenda clasificar o sistematizar. Ninguna ha conseguido en modo alguno dar respuesta a esta cuestión.

Han sido muchos autores los que han enfrentado todas estas preguntas desde diversas áreas del saber. Especialmente los propios poetas son quienes más han tratado de esbozar una respuesta con sus poéticas y, así, nos han ayudado a vislumbrar algún atisbo de explicación. Ya Mallarmé, Octavio Paz, Huidobro, Valery y tantos otros, al preguntarse acerca del proceso de creación, del sentido y de la esencia de la poesía han arrojado algo de luz sobre esta interrogación perpetua que nos ocupa.

Sin duda esta pulsión por entender y dar respuesta forma parte de la propia encrucijada a la que se enfrenta el creador. Una obsesión que, al mismo tiempo, parece necesario abandonar para permitir la explosión de la escritura y entregarse a ella; dejar que sea el poema quien nos utilice como vehículo y no a la inversa, para, de este modo, permitir la emergencia de la voz poética en el propio ejercicio del habla, de la escritura, de la enunciación.

Ya que en realidad ¿por qué o para qué hemos de entender? y, es más, ¿qué es lo que hemos de averiguar, de definir, de desgranar? Si acaso algo pudiéramos afirmar es que lo poético escapa a lo cartesiano.

La poesía nos desplaza a un cronotopo suprareal. Y lo hace con y desde la palabra, siendo ésta signo y símbolo, plasmación y resultado del tránsito poético.

Si en la génesis del texto la polisemia es uno de los elementos que nos permite articular la confusión y convocar así su presencia, resulta curioso observar que es en su devenir poético cuando nos conduce hacia lo unívoco alojado en su esencia; allí donde la palabra cobra sentido único e irremplazable, dentro del poema. Algo que baña de paradoja el texto.

La riqueza propia del lenguaje se hace viva y nos adentra y nos traslada, de este modo, al lugar de la criatura; desde la creación y hacia su posterior recreación.

Vamos, no obstante, a hablar de aquellos elementos propios de la poesía, que, de un modo más mensurable, pudieran clasificar a un texto u obra dentro del género (si es que acaso aceptamos la tipología de géneros y asumimos lo preceptivo).

Si estableciéramos una suerte de etiología de lo poético (causas de esta enfermedad que padecemos los que aquí nos reunimos), inicialmente hablaríamos de aquellas características propias del género que lo hacen más claramente identificable.

Aunque asumimos que, hoy en día, algunas de ellas están superadas (dado que ni su presencia es garante de lo poético ni tampoco son indispensables para que se produzca), no solo las recogemos sino que además defendemos su conocimiento y dominio y, también, su uso de manera consciente y libre como parte imprescindible del ejercicio de la poesía.

Hablaríamos principalmente de la métrica como parte de la ciencia literaria que se ocupa de la conformación rítmica de un contexto lingüístico estructurado en forma de poema (Quilis, 1975) y de las tres partes que comprende el estudio métrico: el poema, el verso y la estrofa. Y, en ellas, aquellos aspectos que conforman el ritmo del poema y definen su morfología: los acentos rítmicos, la rima o las pausas.

También de todos aquellos recursos retóricos que, desde las tres dimensiones del lenguaje (fonético-fonológico, morfosintáctico y pragmático-semántico), nos permiten articular la palabra poética y configurar también así la musicalidad y otros elementos propios de la poesía.

De entre todos los recursos, destacaríamos la metáfora como vehículo de construcción de la palabra poética por antonomasia. Aquella que nos permite dibujar nuevos universos, trasladando el sentido original de la palabra a otros lugares que la trascienden o la demudan.

Con todos estos elementos que hemos apuntado (y a los que en futuras oportunidades iremos dedicando más espacio en agua), el poema nos conduce al extrañamiento propio del lenguaje y a una suerte de torsión de la realidad circundante; generando además el sonido, el ritmo del poema, su pulso,…

Todo ello, conjugado con otras características esenciales de la poesía: el hermetismo, la connotación, la complejidad, la plasmación del ingenio o la recreación de lo contemplativo, logra la fusión, con un encaje imperceptible, del fondo y la forma de un modo único y perfecto.

Podríamos, de este modo, valorar si el poema como texto alcanza el equilibrio armónico y su excelencia estética. Su corrección en cuanto al canon estructural, coherencia y cohesión textual, la sonoridad reflejo de una proporción entre lo rítmico y lo arrítmico, lo ético, la fealdad, lo sensitivo, lo trascendente, la riqueza visual…

El resultado del proceso creativo ha de conseguir, por tanto, combinar lo intuitivo con la disciplina y el rigor, superando la mera yuxtaposición enunciativa; desde la recreación y el paroxismo. Y sin olvidar, por supuesto, la posterior tarea de revisión; labor esencial que toda obra requiere para alcanzar su excelencia artística y poder ser así culminada.

No obstante, no podemos olvidar que la utilización de estos recursos no asegura la revelación del hecho poético, si bien es verdad que para poder transitar la excelencia y dificultad se hace necesario su conocimiento y su dominio.

La poesía no es fácil para el creador; es, sin duda, el arte de la dificultad, por tanto no puede ser un vómito espontáneo o un instante de inspiración repentino. Tampoco ha de situarse en un alarde de erudición o en la articulación de un artificio o juego lingüístico, carente de emoción, deleite, reflexión o conmoción.

Así, el hecho poético se constituirá a través de estos elementos y, de este modo, se aproximará con mayor acierto a la manifestación de todo aquello refractario a lo comunicativo. Todo lo singular que llega en forma de eco o reverberación. Aquello que emerge situado más allá de lo inteligible, lo que nos conduzca finalmente al desplazamiento y a la belleza de la grieta.

No vamos a detenernos ahora en el terreno de la lectura, a pesar de la importancia e intervención del lector o receptor, aquel que convertido en una suerte de creador vicario en el acto de la lectura se transmuta y confiere de nuevo al texto un barniz poético.

Sí apuntaremos la devaluación que, en ocasiones, puede sufrir la poesía al otorgar legitimidad a algunos juicios de la crítica o del público basados únicamente en criterios subjetivos, de gusto o extraliterarios incluso; sentencias que desechan o encumbran textos según tendencias u otros intereses con los que no coincidimos.

Y ya para concluir, asumimos la falta de conclusión. Siempre quedará ese espacio informe donde la consecución del fin se interrumpe: su imposibilidad, la de entender lo inasible o encontrar su fórmula.

Quilis, A. (1975). Métrica española. Madrid: Ediciones Alcalá.

Marisa Bello
Consejo editorial agua

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