Postismo o el exceso de lo único

El diccionario de la RAE define el Postismo como: movimiento literario y artístico que surgió en España en 1945 y que se propuso renovar la estética de todas las vanguardias de principios de siglo.

Este, que aparece a continuación, es el cartel de una de las dos revistas que el movimiento iluminó: Postismo y La Cerbatana, ambas con un único número publicado en 1945 y suspendidas por orden gubernativa en ese mismo año, todo un hito editorial.

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De ambas notas llama la atención el exceso humorístico que supone, por un lado, su intención estética de renovación de todas y cada una de las vanguardias surgidas en el alumbramiento del siglo XX, ahí es nada; así como el hecho de poner en negrita, en el portón de entrada a su revista, que era España entera quien lanzaba la citada renovación total. Sin duda una nota definitoria de humor y desparpajo, de ausencia de complejos y un espíritu lúdico sin parangón, que ha trascendido y prendido de la primera información a la que uno accede cuando se acerca a este movimiento.

La brevedad y la ocasión única se juntan a veces en sucesos físicos o temporales que producen una explosión inefable, cuyo aroma perdura en una forma de saudade peculiar en la Historia, quizás a causa de esa bicefalia incontestable y sorpresiva. El Postismo se caracteriza por ambas.

A estas condiciones se añade otra, de signo opuesto, contundente y brutal, que condiciona el propio conocimiento del movimiento: su penoso silenciamiento histórico hasta la aparición de dos hitos que habrían de convertirse en eslabones críticos del mismo.

Estos magos de la resucitación fueron: Félix Grande, con la edición antológica, en 1970, de la obra de Carlos Edmundo de Ory, miembro fundador del Postismo, y  Gonzalo Armero, que en 1974 editó el volumen Música Celestial y otros poemas, con textos de Eduardo Chicharro, teórico del movimiento y la incorporación de los tres manifiestos conocidos del Postismo y un cuarto, hasta aquel momento inédito.

Según Jaume Pont “la hostilidad con que el movimiento postista es recibido por sus contemporáneos tuvo que ver con dos condiciones históricas de distinto signo: en primer lugar, su especial configuración estética, que converge en el credo epigonal de las vanguardias de entreguerras, y, en segundo lugar, su lúdica visión de la escritura surrealista, con todas las connotaciones políticas que el surrealismo comportaba en unos tiempos en que la impronta y las heridas de la guerra civil estaban aún demasiado cercanas”.

El Postismo nace en Madrid en 1945 y prolonga su actividad, aunque de forma mucho menos intensa a su explosión inicial, hasta 1950 y, según Mª Victoria Reyzábal, “puede decirse que llegó antes de su hora, pero también que había pasado ya su momento”. 

Su nombre surge de la contracción de la palabra postsurrealismo y sus inventores y máximos representantes fueron Eduardo Chicharro Briones, Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi.

Eduardo Chicharro define el Postismo en su primer manifiesto, como “el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente, tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta (memoria) con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio de la imaginación, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de la belleza o la belleza misma, contenida en normas técnicas rígidamente controladas y de índole tal que ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo”. 

En su segundo manifiesto, se declaran como “un grupo de adolescentes, que por todos los medios a su alcance, están pidiendo a gritos que les lleven a la cárcel, al manicomio o al patíbulo”.

Los postistas reclaman, ante todo, el Iúdico advenimiento de la imaginación creadora. Imaginación poética y libertad lúdica del lenguaje se convierten en las señas de identidad postistas y sus claves mágicas: el humor, el absurdo, la locura inventada y el disparate. Su vena humorística, irreverente y anticonvencional, su irracionalismo poético no tendrá correlatos similares en la poesía española de posguerra.

Fue un movimiento anómalo en la tediosa circunstancia poética de los años cuarenta y estuvo solo frente a casi todo. Como reconoce Guillermo Carnero, “los postistas ironizaron contra las grandes corrientes humanizadoras de la poesía española de posguerra poniendo en ridículo alguno de sus motivos más queridos, como el amor conyugal tan cantado por el grupo de Rosales, o el silencio de Dios de los poetas del existencialismo religioso. Es el Postismo un cuerpo extraño en el contexto de la poesía española de posguerra”.

La obra postista no tuvo el alcance de sus manifiestos teóricos. En las artes plásticas se limitó a acciones desperdigadas (muestras muy puntuales de Eduardo Chicharro y su esposa Nanda Papiri). En lo teatral valga como muestra la inacabada comedia postista La lámpara de Francisco Nieva o el primer teatro de Fernando Arrabal (Picnic, El Triciclo y El cementerio de automóviles). En narrativa destacan los relatos de Chicharro, Ory y Sernesi, publicados en Postismo y La Cerbatana; las novelas Mephiboseth en Onou o Diario de un loco, de Carlos Edmundo de Ory y, como si de un tándem mágico y póstumo se tratara, se sabe de varias novelas inéditas tanto de este como de Chicharro.

Es en poesía donde la práctica postista se revela más clara y definidamente, con obras de Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory, Silvano Sernesi, Ángel Crespo, Félix Casanova de Ayala, Gabino Alejandro Carriedo y unos pocos poemas de Fernando Arrabal y Gloria Fuertes. Y, en plenos setenta, con Jesús Fernández Palacios, Alberto Porlan, Antonio Hernández. Más adelante solo algunos aspectos de las escrituras de poetas como Miguel Labordeta, Manuel Alvarez Ortega, Joan Brossa, y, sobre todo, Juan Eduardo Cirlot les serán comparables.

Algunos de los rasgos estilísticos de la poesía postista son: la sintaxis alógica, las rupturas temporales, las enumeraciones caóticas, la vindicación de términos sorpresivos y el culto al retruécano. Factores todos que confluyen en el juego, el humor, la euritmia musical, la distorsión léxica y la predicación crítica del absurdo.

Para los postistas el tema, en arte, no debe ser necesariamente el principal elemento. El lenguaje constituye, por sí mismo, el tema de contemplación. Dice Chicharro que “la música es, como todo el mundo sabe, la mayor fuerza de la poesía, y en unión de los demás elementos ha formado algo así como el color, el aroma, el movimiento de este arte”. Esta virtualidad sensorial e impresionista constituye, junto al factor léxico, la materia plástica de la poesía postista. El léxico poético se ordena en razón de una estética directa cuyos centros predominantes residen en la imagen, el vocablo, los símiles, la ternura por lo pequeño o dulce, lo grandioso y, ampliando el registro, en todos aquellos planos del lenguaje que sugieren lo contradictorio e inusual de la realidad.

Mediante el juego, los postistas ponen en movimiento lo ancestral y espontáneo de las formas vivas, y con éstas, al dictado de su escondida diversidad, nos llevan a “tocar las cuerdas de nuestro ser místico, idílico, sexual, fúnebre, animalesco y tremendo”. Se trata de un caudal lúdico eminentemente eufórico, dotado de un cúmulo de sublimaciones que igual pueden concentrarse en lo lírico, como en “lo vulgar o antiestético”.

Jaume Pont acaba con este hermosísimo y clarificador alegato su artículo El postismo: génesis, teoría y obra: “Disociados de las formas lógicas de la poesía de su tiempo, convencidos “a contracorriente” que la reconversión lingüística de su mundo poético acabaría siendo un síntoma más de la fragilidad del pensamiento colectivo, los postistas pagaron su osadía con el más capcioso de los silencios. A cuarenta años de aquella aventura solitaria, algunos naufragios mantienen intactas las luces del más hermoso de los resurgimientos”. 

Palacios, A. (1995). El Postismo: una solución española al problema estético. Valencia: Grupo de investigación y docencia Elástica Variable. Recuperado de: https://www.upv.es/ev/secciones/a_palacios_04.html
Pont, J. (1986). El postismo: génesis, teoría y obra. Scriptura (Nº 1), 37-48.
Reyzábal, Mª V. (1991). Carlos Edmundo de Ory: ¡Qué solo, pero qué bien!. Zurgai, 66-69.

Jimena Cid
Consejo editorial agua

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