La poesía táctil: escuchar con los ojos, tocar con el oído

Como dijera José Hierro, la poesía sirve para decir aquello que no se puede decir.
Atisbar.
Recoger sospechas.
Poesía como indicativa de movimiento, de brote, de rito.
La rima como rezo, el rezo como música, la música como vida, la vida como vida.

Si verso es surco y surco es, en términos agrícolas, origen de siembra y fruto, cómo no hablar de la poesía desde su carácter alquímico de la realidad: como subversión o abolición de los sentidos para su fin inicial, como ruptura del cuerpo como ente útil y concreto, sino como irrupción de magia y falta de límite. 

Alquimia, entropía, trovador.

Si generalmente el que ve usa los ojos, el que escucha, oídos, el que toca, tacto, el olor, nariz, y el que gusta, lengua; en la poesía estos parámetros de reconocimiento del exterior- y a veces de lo interior- rompen con la función original: erizan y alertan, exceden y, erguidos como gatos asustados, irrumpen los sentidos más atrás, como un todo vital que antecede, desordenado y puro, radical, al origen mismo del lenguaje.

Cuándo hablar de lo que no se puede decir, cómo vas a mirarlo, cómo vas a escuchar. Naturalmente decir lo que no se puede decir debe irrumpir los límites formales de la percepción. No es testimonio, es suceso de un algo más que no controlas y te atraviesa: donde el tacto escucha y el oído ve, donde los ojos tocan y la piel chilla, como chilla el color cuando la luz eleva su carácter; así hace el sonido y así los significados son más caleidoscopio que comunicación.

Hablar de lo que no se puede decir es hablar con todo, hablar de tacto, hablar desde el poro o el último ardor de las vértebras. El lenguaje epidérmico, el lenguaje óseo, el lenguaje de lo que no se puede tocar, de lo que no es salvo en el lenguaje, el ritmo saltando allá en el órgano, más dentro, más al fondo del hecho racional, más gruta, el lenguaje filo, el lenguaje percusión, el lenguaje primero.

Muchos de los que hablan de lo que no pueden decir transmutan ya, perforan, percuten los sentidos, beben o se hechizan, hacen mantras ¿casualidad?

¿Qué podemos pedir a la poesía? 
Qué puede salvar a la poesía de su propia ceniza, sino es esta exigencia alquímica, equilibrada, justa, nueva.
Aquí la novedad en cuanto a movimiento: la poesía es un hecho del movimiento, para el movimiento, dictado de, origen de, fin en sí mismo. 

El testimonio es urna. La verdad, en poesía, es fósil. La biografía, pereza. La identidad, un columpio.

El movimiento es. Es fe. Fe y vida. Toda definición de poesía es siempre sustituible por la palabra vida. La vida mueve. 

Moverse desde un fondo distinto, desde un cuerpo monstruo en cuanto a cuerpo nuevo porque es cuerpo de lenguaje, Ser en exceso, desbordar el ser, un exceso o un más allá de uno, el monstruo que ya no es yo, ni nada del yo sabe, del que habla Lola Nieto en el podcast 0 de Prosa Escueta. 

El pudor rojo de un ser alado que se duele y se esconde de Anne Carson. La sorpresa. 

Hablar de lo que no se puede decir es hablar de raíz y hablar de aéreo: de forma simultánea, es hablar siendo materia toda, posibilidad en el tiempo de todos los tiempos a la vez: hablar nodriza. Amar al monstruo: lo instantáneo no se puede apresar en un sentido solo, está afectado, se acoge, se coge, hablar de lo que no se puede decir es inventar el tacto, construirlo, hacerlo instante en el poema: espacio, cuerpo, vivencial.

Serán todos los sentidos o no serán, para eso hay que salir de la caverna y perder los sentidos, perder su forma útil, perder la idea pura e iniciar la conquista del gesto, del olor, del hueco y de lo que se puede reconocer por la textura: es palpar sílabas.

Andrea López Montero
Consejo editorial agua

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