Alejandro Jiménez

Carta a mí mismo

Hola Alejandro, espero que termines el domingo calmo y con gracia, aunque el encierro en obligación y no en gusto sea ahora la norma, sé muy bien que prefieres eso, que los domingos te gustan así, lentos, solitarios, húmedos, y no por la necesidad de cerrar la semana con un momento reflexivo, o de desintoxicación laboral, sino porque esos breves momentos te acercan a tu ideal de felicidad, como las bibliotecas borgianas, o las tardes de crucigramas y sopas de letras de tu papá, te muestran como por un agujero, ese ideal del paraíso que sabes inalcanzable, al menos en presente y en futuro cercano. Debes reconocer que esta situación mundial no ha sido del todo una maldición, aunque repitas a diario aquel mantra nerudiano: “nosotros, los de hace ciento y pico de días, ya no somos los mismos”. Tampoco puedes pensar que ha sido un trecho improductivo, algunos rinocerontes se mostraron, tímidos pero definidos, cerraste un par de grietas que ya se alargaban demasiado, nada brillante, nada aplaudible, pero sumaron.

Te escribo por obligación, así que me tienes que disculpar el ejercicio fastidioso de introspección indirecta, aunque nos demos cuenta que no deja de ser un acto interesante, un evento al que podríamos sacarle alguna idea productiva, alguna nota rescatable, así fuesen unos momentos de “diversión intrascendente, muy propia de un inocente, que no ha comido manzana”. 

Entiendo que es lamentable que esta pandemia te haya (les haya) pillado en Caracas, y no en Madrid, Barcelona o París, incluso en Miami, con todo y sus distancias dramáticas, y su disfraz de centro comercial, hubiese sido un mejor escenario que acá, esta pobre ciudad que parece vivir una decadencia perenne, como si estuviese marcada por García Márquez como una de esos sitios malditos por cien años de soledad, y estuviese todo el tiempo en el último año del ciclo, y pudiésemos ver y saludar Aurelianos y Úrsulas en cualquier esquina. 

Ahora que pienso en eso, sí hay un mensaje, que puedo aprovechar de este ejercicio epistolar poco espontáneo: ve cerrando este capítulo, vale, pero en serio, supera esta procrastinación, esta en especial, suelta el hastío, cierra. Ya pasaste el hito de los cincuenta y no se pudo, no lograste el pequeño pago de vides en algún pueblito español, que les iba a completar ese ideal de retiro activo, tomando vino, leyendo y disfrutando de los teatros de Gran Vía los fines de semana. Ya no se pudo, pero puede llegar a ser, solo hay que decidirse. 

Sé que no me vas a hacer caso, pero al menos que no se diga que no te lo dije, lo estoy dejando por escrito, algún valor tendrán estos kilobytes de franqueza. 

Hasta la próxima carta. 

Tú.

Ese todo inacabado

una tarde de niebla en continuo suspenso
una pelea de espadas japonesas
un monólogo irregular
      a gritos frente a mi sombra
una naranja

***

cada pared es un espejo
opaco, nublado, oxidado
cada mancha es un intento
por mirarme

en el segundo piso de un museo de Madrid
el lienzo, manchado de savia,
espera 
verte temblar

***

los espejos del tiempo
que el persa miró, de lejos
que invocamos ahora, eterno
que nos arrulle
siempre

***

una hermosa daga quiebra
el horror de la página en blanco
y descansa

***

escucho a Sabina y lo detengo
¿qué es eso que dices?
¿por qué así?
¿qué demonio mueve tu mano?
¿por qué duele?

***

una explosión
atrapada
en una gota
de lluvia


Nombre:
Alejandro.
Apellidos:
Jiménez Castillo.
Altura:
1,80 m.
Escuela creativa en la que te estás formando o de la que has sido alumno:
Taller permanente de poesía de Gabriela Rosas.

¿Cómo te has enfrentado al proceso de creación de estos textos?:
Con estoicismo.

Lo sencillo:
Un lápiz.
Lo difícil:
Una hoja en blanco.
Lo inesperado:
Un rinoceronte.
Dos palabras para describir tu proceso creativo (en relación a los textos que nos envías):
Intento responder.

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