Sandra Barroso

EL IMPOSTOR

Estoy en una casa llena de hogares.
En la encrucijada de mi encierro, 
las fauces del ratón
son menos profundas 
la mayor parte de los días. Otros
-cuando la casa no empieza desde 
el cielo sino por el alféizar
y percibo el crujir de las flores 
sobre el suelo-,
dejo de creer en las mentiras
que me ayudan a vivir con paz.
Aquellos síes detrimentos que confieren
el armazón frente al espejo.
Comienzo a canturrear
la sorna del impostor. Me digo a mí misma:
“aunque los demás te crean capaz de ello,
no podrás. 
No podrás.”
Y entonces lo entiendo.

Estoy en un cuerpo lleno de mentiras.

UNA HABITACIÓN REPLETA

Desde que soy mujer
levito en un cuerpo que no me posee. 
Por las mañanas mi voz se transforma 
en un vientre que recorre la habitación
y se balancea sobre la cama 
mientras, de lejos, mi otro yo prepara el desayuno.
Desde que soy mujer, 
dentro de mí hay niñas temblando 
de sudor y de miedo,
a veces lloran 
cuando el sabor de la carne no es propio
y otras se excitan 
con las escenas de sexo en la televisión.
Nadie les ha explicado cómo acariciar mis rodillas,
cómo detonar el espasmo,
o cómo anidar el amor de un miocardio que no es el mío.
Me observan, traviesas, desde los espejos,
mientras trato de ponerlas guapas
y, tras ello, las sentencio con un beso en los labios 
y les advierto que ya es 
suficiente por hoy.
Esas pequeñas niñas que alborotan mi pelo
y confunden poesía con rayuelas,
han venido para quedarse. 
Bailan aquí, sobre el pecho,
para alabar el útero infértil, para escapar
de las vidas que no viven en mí. 
Porque son sinceras y no dudan
de las escamas y arrugas que aún no encuentro
-adquieren dilemas a cambio-,
de las pasiones que caben en mi esternón
-el alimento y la muerte-,
de la firmeza volátil de mis pasos 
-nunca en guardia si ellas me acompañan-.
Esas niñas sonríen y son la pureza
que resiste en mí cuando desbordo los infiernos,
las que me traen de vuelta a esta habitación 
donde un vientre se balancea
y una corriente de energía me conecta 
a todas las niñas 
que aún son esas niñas con miedo,
pero decididas,
habitando los cuerpos de otras.

ESPACIO ONÍRICO

Cuando empecé el poema aún estaba despierta
y los arrecifes cargados de dinamita no eran
todavía reales. Pero entonces, mutilado aparece
el esquema de la superficie y no encuentro
donde apoyar mis manos. 
Detonan las bombas y puedo ser libre,
sin futuro, como ese instante 
que sucede entre el sueño y la pesadilla. 
Como el augurio que clama “última oportunidad”.
Mi pecho es la vertiente de un río de sangre y leche
y de mi vientre, acorralado, surgen decenas de serpientes
que corren al agua, que nadan lejos, 
que no quieren, sobre todo,
que las encuentre.
Así que las dejo marchar mientras lloro porque
las pequeñas criaturas de mi cuerpo
vuelven a abandonarme.
Me he quedado sin señuelos, pero atino
a observar mi muerte.
Despierto y estoy preciosa:
ahora soy el amor platónico del forense.


Nombre:
Sandra.
Apellidos:
Barroso Arévalo.
Altura:
1,68.
Escuela creativa en la que te estás formando o de la que has sido alumno:
Fuentetaja, con Gonzalo Escarpa.

¿Cómo te has enfrentado al proceso de creación de estos textos?:

Lo sencillo:
Dejar fluir las palabras hasta que cobran un efecto terapeútico.
Lo difícil:
Tener la necesidad de escribir ciertos textos y no ser capaz de enfrentarme al folio en blanco.
Lo inesperado:
Descubrir emociones que desconocía y que dormitaban alrededor de los hechos sobre los que escribía.
Dos palabras para describir tu proceso creativo (en relación a los textos que nos envías):
Vorágine visceral.

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