Diario de un nadaísta

Gonzalo Arango (1931-1976) fue un escritor colombiano. Poeta, dramaturgo, cuentista, ensayista y periodista, fundó el Nadaísmo, movimiento vanguardista cuyo inicio se sitúa en 1958, con la publicación del Primer Manifiesto Nadaísta. El Nadaísmo, cuya pretensión fue la ruptura con la tradición cultural imperante en Colombia optando por el humor y el mundo urbano, supuso una revolución en la forma y el contenido del orden de esa época. Diario de un nadaísta se publicó en 1966 y está incluido en Obra Negra, originalmente publicada en Buenos Aires, en 1974, donde se reúne lo principal de la producción del autor colombiano.

4 a.m. Un alba roja. Llego a la casa completamente borracho. En el árbol, frente a la
puerta que ostenta al respaldo la leyenda: “Al Demonio, no entres”, vomito. Esta casa
es mi hogar.
7 a.m. ¡Esta vida no puede seguir así!
7 y media. Mi madre me habla de la hora de la muerte. Me cuenta una pesadilla: yo
estaba tendido en una mesa de cirugía. Me cortaban con un hacha de carnicero los
dedos de las manos y de los pies, uno a uno. Me río a carcajadas. Mi madre se
enfurece con mi cinismo y se va para una agencia funeraria donde negocia un ataúd de
onda corta para mi edad. Mi madre pide ocho pesos de rebaja. El tipo acredita el
cajón, la calidad de la madera, el terciopelo. Y se niega. Mi madre, ofendida, tira mi
cadáver sonriente en un tarro de basura.
8 y 17. Vomito en el retrete las flores de astromelio que comí anoche en el parque
Bolívar, las que nacen al propio pie del libertador de América. Convierto el retrete en
un florero.
Las 9. Me tiendo en el baño y abro la ducha. Me ahogo. El agua tibia me adormece.
Pienso que algún día me suicidaré . Yo no soy poeta, no bebo ajenjo, ni me inyecto
morfina. Yo soy el emperador de Roma.
9 y 15. Así las cosas, una rata de color blanco me roe el estómago en un sitio muy
sensible entre el pubis y el ombligo. Como veo que no es una mujer, la tomo de la cola
húmeda y peluda y la balanceo. Me mira con sus ojos azules de estrella de cine. ¿Serán
los de Brigitte Bardot? He visto esos ojos en alguna parte. Recuerdo… Ah… son los ojos
de mi madre. La rata chilla. Patalea. Yo le digo: “Mi bichito, mi chiquita, mi amante…”.
Y la arrojo en el retrete. Suelto el agua. La rata se ahoga. Luego desaparece en la
alcantarilla. Una vez más, saca la cabeza, y sus bellos ojos azules son rojos ahora.
Finalmente desaparece. Vuelvo a vomitar.
Las 10. No pasa nada.
Las 11. —Mamá, tráigame la excomunión.
—¿La excomunión?
—Sí , porque me quiero morir. Todo está listo para la hora de mi muerte.
—Será la extremaunción —dice mi madre.
—Bueno, lo que sea.
Las doce. Juliette Greco canta para mí. Tiene una linda voz erótica y cabellos largos.
Me estremezco. Ahora me sonríe… ¡Retírate prostituta!

Las doce y pico. Llamo a Sofía la sirvienta y le pido un número de cinco cifras. Ella dice
—El cinco.
—¿Tú no sabes aritmética?
—No señor, yo soy aquí la sirvienta.
—Gracias, Sofía.
Yo mismo marco un número al azar en el teléfono, desordenadamente. Una voz dice al
otro lado: “¿Aló…?”. Y yo digo: “¿Aló?”.
—¿Quién habla?
—El Diablo.
—¿Y qué quiere?
—Regalarle un collar.
—¿Usted está loco, señor?
—No me llame señor, habla con el enemigo malo.
La mujer cuelga el teléfono y éste suena, bip. bip. bip.
Yo existo, porquería.
Alguna hora. Sueño. Veo un rostro desconocido, pero bello. Me escupe. La mujer se
enfurece porque no despierto. Me pongo a tocar un piano de la Edad Media. Es tan
dulce la melodía que me hace reír. Me descalzo. Salto sobre una pista de baile llena de
clavos. Es un jazz de Duke Ellington. Los clavos me traspasan las uñas y la carne. Grito
de alegría.
Las 2. Despierto. Veo sangre por todas partes, por todas partes veo sangre. Pido el
aspirador eléctrico con que barren el piso, y la empaco en latas de manteca. Lleno 16
galones. Llamo a Sofía y le digo que me prepare el desayuno y que haga el huevo en
esa manteca-sangre para que sepa a cadáver empollado.
—Kikirikiiii…
—Señor Gonzalo—dice Sofía—, canta usted como un gallito de pelea.
—Yo soy un pelele, Sofía.
Las 3. Yo inventé el sueño restaurador de la energía nuclear. Hay quien tiene la
absurda creencia de que yo soy un sabio atómico. Yo tengo pruebas irrefutables para
sostenerle al mundo que ésa es una abyecta mentira.

Las 4. Me calzo los pies ensangrentados con ruedas de helicóptero. Subo al tejado
volando para recibir la brisa de la tarde. Le coqueteo a un gallinazo para que venga a
hacerme compañía. El gallinazo se posa sobre mis piernas huesudas y me roe
brutalmente. Trato de disuadirlo de que me picotee, pero no obedece. Entonces le
tuerzo el pescuezo y empieza a vomitar sangre. Me cubro el estómago del asesinato.
¿Estará tuberculoso? Cuando se desgonza y estira las patas se lo arrojo a las palomas.
Hormigas de gran tamaño mecánico con alas en las que se lee “USA” acuden al
banquete. Lloro desconsoladamente y me golpeo la cabeza con una teja de barro. La
teja se destroza contra el occipital. Mi cabeza es genialmente sólida. ¡Soy feliz!
Un fuerte sol evapora las partículas sobrantes del gallinazo, y reintegra su esencia a la
materia indestructible del mundo.
Las 5. Cae el crepúsculo.
—Baja de una vez—dice mi madre—. La rata te solicita del otro lado de la alcantarilla.
—Dígale que no tengo tiempo de atenderla.
—Dice que es urgente, de vida o muerte.
—La rata debe querer un trago de ron doble, dáselo…
—No hay ron.
—Entonces, querida mamá, dale un garrotazo…
Necesito un espejo para jugar con los últimos rayos de sol.
—Mamá, tráeme el espejo.
—El espejo se quebró.
—Entonces, sácate el ojo de vidrio, esta noche te lo devuelvo.
—Haré el sacrificio, si tú me lo pides. Pero dime, ¿qué hago con un solo ojo?
—Me verás medio loco…
Las seis en punto. El amor no existe.
Las seis y 20. Luz Marina Zuluaga es la reina del Universo. Pregunta inquietante:
¿Cómo sería yo casado con una reina de belleza?
Las 8 de la noche. Algo me rasca en la cabeza. Me acaricio. Puede ser una idea genial.
La acaricio con ternura para que no se me escape. La tengo entre mis dedos. ¡Ya está!
Dios mío, es un piojo. Lo volteo. Patalea en el centro de mi mano. Tiene 14 pares de
patas inmensas. Le arrojo bocanadas de humo para emborracharlo. El piojo se pone a cantar el Himno Nacional de Colombia. Luego canta la Marsellesa en un impecable
francés de la época de Rosseau. Y finalmente canta la Internacional. Grita como un
líder obrero: “Viva Stalin, abajo Trotsky el traidor”. Como yo admiro a Trotsky, le
ordeno al piojo que se suicide. El insecto me pide perdón, pero mi madre dice: —No lo
perdones, es un inmundo bolchevique.
—Mamá, ¿qué dices, le perdonamos?
—Si abdica del comunismo.
El piojo grita: Viva el Nadaísmo. ¡Viva Gonzaloarango!
Mi madre dice: —Que se suicide, ese piojo no tiene salvación.
La media noche. Me bajo del tejado por una escalera. Hay una linda luna llena. Me
visto. Salgo a la calle. En la primera esquina me asalta este pensamiento
tranquilizador: Hoy no hice nada.

Arango, G. (1993). Obra negra . Santa Fé de Bogotá, Colombia: Plaza & Janés .

Marisa Bello
Consejo editorial agua

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