Felman Ruiz

EXPECTATIVAS

Apenas sostengo entre mis dedos una cerilla, presiento su imperiosa necesidad de
perpetrar un incendio de interés nacional, de la misma manera que apenas cojo una
semilla de ceiba en mi palma puedo sentir la inmediata urgencia de la semilla por
respirar con el tórax mastodóntico de una selva amazónica. El mundo está
sobrepoblado de expectativas, expectativas de las olas por azotar riscos en los confines
del mundo, expectativas de la floresta por extenderse con la misma fecundidad que
una maraña de cables sobre una vieja ciudad asiática, expectativas de la roca por la
punta de un cincel del Renacimiento o por la firmeza xenófoba de una muralla, o las
expectativas del instinto animal de un ser que busca la continuidad de su sangre
cuando quizás muera en la más infame de las tragedias, que es la castidad. ¿Si la
realidad es tan angosta, para qué tales cavilaciones de acaparamiento?
De esa exacerbación de la cerilla y de la semilla, nace el arte de la poda y de la tala, o el
control de fuegos a través de la química de la espuma. La vida no tiene el músculo para
soportar todo ese arrebato, esa intuición arcana que es un motor que no deja de
carburar nunca. Habrá que solicitar al viento calmar sus expectativas, no aspirar a ser
tifón sino también soplo amaestrado para pequeños veleros, convencer a las aves de
realizar vuelos de mediana altura para que su necesidad de un vuelo en picada, no
termine por frustrar al resto de mamíferos que debe conformarse con saltos de 30
centímetros sobre el suelo.
Bastaría un curso de economía básica para romper esa entelequia de expectativas, ese
elefante de ensoñaciones colectivas que apenas tiene un vaso de agua para resolver su
sed y en pleno sol de África. Bastaría enumerar uno a uno los ríos y pozos alrededor de
la tierra para esclarecer a millón de semillas el tema de la distribución y del
racionamiento. A tal punto, las semillas deberían comprender que no todas cumplirán
sus expectativas, que el caudal no resiste tantas bocas, que por un tema de equilibrio
de expectativas, millones de ellas habrán de ser alimento de otra especie con sus
propias expectativas o apenas tiernos brotes con una limitante de 3 o 4 meses de vida,
antes de ser rumiadas, podadas o simplemente extraídas bajo un sinfín de
argumentos, y que otras miles de tales semillas alcanzaran la edad apta para ser
madera con la celulosa suficiente para concebir un incendio de una escala que al
menos alerte un carro de bomberos, para que así al menos el primer cerillo cumpla de
manera parcial con sus propias expectativas y pueda morir con la ilusión de haber
desatado un infierno.

VARIACIÓN DE UN POEMA DE SÁENZ

Y después de trescientos años de haber caído en estas manos.
Concubina mía:

¿Te arriesgarías a tirarnos los dos por la azotea para recomenzar todo?
¿Recuerdas cuando todavía llovía fuego entre estos dos degenerados?

Mujer
No hay peor matafuegos
que domesticar una quimera.

NATURALEZA MUERTA

Era una noche como cualquier otra
pero la escena nunca había sido más precisa.
Sentados en el comedor
Masticando lo que nos queda de amor sobre el plato vacío
Al fondo
un cuadro simétricamente dispuesto entre los dos:
“Naturaleza muerta con canasta de frutas”
-Es inevitable, pienso
Quizás somos un cuadro superpuesto de fácil lectura
La tautología de que algo se pudre en esta casa
y no son
precisamente
las frutas.


Nombre: Felman Antonio.
Apellidos: Ruiz Rodríguez.
Altura:

¿Cómo te has enfrentado al proceso de creación de estos textos?:

Todo lo que escribo lo hago sin saber el “porqué” preciso y tal vez con la osadía imperdonable de creer que es poesía o literatura, sin tener la certeza si tengo los criterios para afirmar o no, ello.
Lo que busco es explorar el pensamiento y las herramientas que uso me las dé el lenguaje, escribo inmerso en la búsqueda de cuestionar en lo que creemos y las formas en que hablamos de lo cotidiano y las emociones que nos embargan.
Escribo porque me divierte este juego de no saber qué hacemos aquí, porque es más entretenido especular que afirmar, negarlo todo y empezar las civilizaciones nuevamente de cero.
Escribo para comprender de dónde nace esta necesidad de sentarme ante una hoja electrónica en blanco y escribir en ella.

Lo sencillo:
Empatizar con los temas de la poesía: hablar de ella, escribir sobre ella, cuestionarnos sobre el arte, criticar el arte, criticar la crítica, la literatura y las emociones, lo cotidiano, lo extraordinario, las excepciones, la realidad, la mirada estética, los pilares de nuestra sociedad como conjunto, etc.
Lo sencillo es inmiscuirse en este pensamiento, enredarse en esa madeja, relamerla. Aspirar a decir algo nuevo que nadie haya dicho.
Lo sencillo es aspirar a la poesía, lo difícil es alcanzarla.
Lo difícil :
Sentir que algo está acabado, que lo hasta entonces escrito tiene en sí un valor.
Construir algo de manera tan quirúrgica, que uno sepa que cada palabra está en un texto con una función única y no puede ser reemplazado por otra palabra (ni siquiera un sinónimo) y que el texto en su conjunto es un cuerpo único indivisible. Y que además, este cumpla con la función (al menos en mi caso) de desgarrar a otro, herir o atizar una idea sobre algo, plantear una nueva ventana en su limitada arquitectura.
Lo inesperado:
Los hallazgos estéticos, cuando uno al escribir sobre algo se encuentra con ideas, preguntas o cuestionamientos que nunca se había planteado ya sea sobre el arte mismo o sobre lo que se escribe.
Las interconexiones que existen entre todo, la barbaridad de conectar cualquier cosa e idea a través de palabras y que al final planteen nuevas metáforas o percepciones que ni sospechábamos nosotros que podían hablar de algo, pero que al final lo hacen.
Ese vulgar milagro.
Dos palabras para describir tu proceso creativo (en relación a los textos que nos envías):
Lúdico – crudo.

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