Lo que había abandonado el mar era la casa
y no el poema.
Parecía que este agua, toda ella, se había ido tan lejos como el sol y a través del mismo sol; ese que calienta y seca y evapora. Pero estaba bien guardada en un pañito, una tela tejida con el ritmo y la palabra: estaba el agua en el poema. Y llama a casa, de nuevo a vuestra casa, para entrar.
Lo primero que asoma por la puerta es siempre el arrecife y de colores nos lo trae en este número María Ángeles Pérez López.
Luego el Delta, con su conjugación de lo dulce y lo salado en los poemas de Nares Montero.
Tras él las abundancias, especies submarinas que brillan y que cantan desde el fondo de un océano: nuestra fauna abisal, peces que brillan y que cantan con los nombres de Edgar Aláez, Adrián Chaurán, Elsa Moreno y Andrés Pincheira.
Luego el ojo que se asoma pero nunca para ver sino a fin de abrir los otros que lo miran: el ojo de buey; nos los prestan en este número, sus ojos, Asur Fuente y Carlos Barral.
Después el alimento pequeñito de los seres que son grandes bajo el mar: el plancton de la mano de Pilar Trol, que nos trae una Esfera con ventanas.
Y la aguadilla, necesaria, también entra; esa que salpica con la risa: las cosquillas de la espuma que Marisa Bello recopila en El descarte o cómo decir que no.
Los peces también llaman a la puerta con el agua y entran, exóticos, vitales; son los peces de Beto Val.
Así llega el agua, el mar a casa tras el sol y tanto sol.
No era, no, un abandono de la casa:
el mar y los poemas siempre vuelven.
Pilar Trol
Consejo editorial agua