Andrés Neuman

LA OTRA VÍA

Un poema no acude
a un solo andén.

En la estación que sabe demasiado
lo que quiso decir,

descarrilan los trenes.

(De Vivir de oído)

EL JARDINERO

Aprendí con mi abuelo a plantar árboles.

“Los sauces necesitan
más agua, Andrés, que vos,
y sus raíces
al principio no son
demasiado profundas.
A veces crecen rápido
y otras veces se estancan en la tierra,
asustados del aire.”

Hoy no existe ni abuelo ni país
ni tampoco ese niño, pero queda
aquel sauce encorvado al que –me digo–,
Andrés, hay que cuidar,
estas raíces frágiles,
este miedo a la altura de la vida.

(De El tobogán)

PALABRAS A UNA HIJA QUE NO TENGO

Entornaré tus ojos si prometes soñarme.
Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre,
a veces necesito saber que tienes miedo.
Cuando sepas hablar, dame mi nombre:
diciéndome papá habrás hecho bastante.
En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
(no anda la suerte para andar negándonos),
pero apréndete esto en cuanto puedas:
más frecuente es lo amargo o que te ignoren,
y no los caramelos.
Te enseñaré a leer fuera del aula
y llegada la hora quiero que escribas mar
sobre los azulejos del pasillo.
Cuando cruces por fin la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.
No creas que en el fondo no soy un optimista:
de lo contrario tú no estarías ahí
cuidando que te cuide como debo.
Como ves, desconfío
de quienes no veneran el asombro
de estar aquí, ahora.
Existe la alegría, pero duele;
tendrás que conseguirla.
Y cuando la consigas tendrás miedo.

(De El tobogán)

NO SÉ POR QUÉ TUS PIES…

No sé por qué tus pies me interesan más
a medida que van envejeciendo
tus pies como los míos no bailan se pisan
y tienen dedos tontos y algún callo rebelde
reconozco tus pies cuando nos tropezamos
cuando quererse es un estado de torpeza

(De No sé por qué)

GÉNESIS, COVID.19

Y el Papa dijo amén en la plaza vacía
y nadie respondió desde las nubes
y nadie respondió desde el espejo
porque todas las voces estaban bajo tierra
dulcemente acunadas por dejar de existir.

Y la Bolsa se hinchó como un pulmón
y contó las monedas del oxígeno
y desvió su aire hacia unas islas
amarradas al mar con puntos de sutura
donde sólo hay lagartos y excepciones.

Y todos los países fueron uno
pero más todavía cada cual
porque muchos debieron elegir
entre virus y panes y unos pocos guardaron
un trozo de futuro en la nevera.

Y los supermercados se poblaron
de animales en busca de animales
de familias pastando en las praderas
de alcohol papel y plástico
y los guantes tecleaban el código del miedo.

Y cada sanatorio fue tormenta
y los techos llovieron y las puertas volaron
y el hilo de la vida se hizo nítido
y en los pasillos iba y venía la verdad
sin que nadie pudiera preguntarle.

Y las abuelas los abuelos vieron
con sus pieles de redes pescadoras
con las manos manchadas de memoria
con los ojos cegados de tanta lucidez
transformarse el derecho en aritmética.

Y la tecnología se hizo cuerpo
en quien ya la tenía y fue fantasma
para quienes tan sólo tenían cuerpo
y cantamos canciones que rimaban
y dijimos que nunca olvidaríamos.

Y muy pronto las voces nos quedamos calladas
en el lugar de siempre en los rincones
con zumbidos de mosca en un limbo diabólico
que es frontera entre el canto y el silencio
entre el luto y la amnesia de estar vivos.

(Inédito)

Fondation Jan Michalski © Wiktoria Bosc

ANDRÉS NEUMAN (1977)

Nació y pasó su infancia en Buenos Aires. Hijo de músicos argentinos exiliados, se trasladó con su familia a Granada, en cuya universidad fue profesor de literatura latinoamericana. Dedicado a la poesía desde sus inicios, es autor de los poemarios Métodos de la noche, El jugador de billar, El tobogán, La canción del antílope, Mística abajo, No sé por qué, Patio de locos y Vivir de oído. Su libro más reciente es la recopilación Casa fugaz. Poesía 1998-2018 (La Bella Varsovia, 2020). Recibió el Premio de la Crítica, los premios Federico García Lorca, Antonio Carvajal e Hiperión de Poesía, el Premio Alfaguara de Novela y el Firecracker Award, otorgado por la comunidad de revistas, editoriales independientes y librerías de EEUU. Fue Finalista del Premio Herralde, alcanzó la shortlist del International Dublin Literary Award y obtuvo una Mención Especial del jurado del Independent Foreign Fiction Prize. Formó parte de la primera lista Bogotá 39 y fue seleccionado por la revista británica Granta entre los mejores nuevos narradores en español. Ha publicado también novelas: Bariloche, La vida en las ventanas, Una vez Argentina, El viajero del siglo, Hablar solos y Fractura; libros de cuentos como Alumbramiento o Hacerse el muerto; los aforismos de El equilibrista; el diccionario satírico Barbarismos; el diario de viaje por Latinoamérica Cómo viajar sin ver; y el tratado heterodoxo sobre el cuerpo Anatomía sensible. Sus libros están traducidos a más de veinte lenguas.


Tres detonantes creativos
Omitiendo los ya muy consabidos (experiencias, lecturas, memoria…), me gustaría mencionar tres estímulos más internos o, digamos, invisibles. La epifanía de contemplar los sentimientos propios como si fueran de alguien más. El balbuceo interior, que es ese lenguaje en voz baja que nos ocupa la cabeza y que, de vez en cuando, sube el volumen para que lo escuchemos. Y la receptividad hacia todo lo casual, hacia lo pequeño desconocido: una especie de distracción concentrada. 

¿Algún rito preliminar antes de la escritura? ¿Cuál?:
Me ha costado bastante trabajo llegar al ritual de la ausencia de rituales. En mis inicios solemnizaba un poco la acción de escritura, ritualizaba tanto la llegada del momento que a veces me perdía cierta frescura, cierta fuerza accidental. A estas alturas, prefiero cambiar la liturgia por la fe en el lenguaje y la artesanía de la paciencia. Así que ahora el lema es apenas: cuando, como y donde pueda. Curiosamente, esa reducción de la expectativa puede volverse muy fértil. 

¿Qué fases atraviesan tus poemas? ¿Cuándo pones fin a un texto?:
Todas las fases, que son numerosas (bloqueo, tanteo, fluidez, euforia, revisión, decepción, reencantamiento…), podrían resumirse en una sola: la duda sin fin. Me gusta dudar fanáticamente, no como mero momento de transición hacia una certeza, sino como lugar de llegada. Dudar para seguir dudando, o sea, reescribiendo intensamente. La pequeña respuesta a la gran segunda pregunta es entonces muy breve: nunca. Ni siquiera cuando el texto se publica. 

¿Cuáles son tus referentes poéticos?:
Si estuviera en mis manos (pero no), mi patria estética estaría en algún lugar entre César Vallejo y Wisława Szymborska. En la admiración por cierta vanguardia emotiva, por una experimentación discretamente disfrazada de sencillez. 

Un consejo al escritor novel:
Consejos como tales ninguno, porque no soy quién ni creo en la verticalidad generacional. Pero sí me atrevería a mencionar algunas ideas que, al menos en mi caso personal, me han resultado útiles, por si también lo fueran para alguien más… Ejercitarnos en la traducción, que es la actividad literaria más plena: leer y escribir al mismo tiempo. Frente a su poder intimidatorio, no dejar que la tradición nos pese, sino que nos enseñe a volar más alto. Escuchar mucho a nuestras abuelas y abuelos, que suelen ser poetas de fondo. Creer en el poder político de las emociones. Celebrar períodos (preferentemente largos) de desconexión digital. Lo único importante es esto último.  

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