Marisa Bello

ÚLTIMA CASA

El balance del tiempo en las cortinas.
La densidad del cuarto momentáneo. 

El aire no distingue el interior,
un silencio se mueve

                                    alargando la tarde

de la que nunca nos iremos.

MATERNIDAD DE O´DONELL

Maternidad de O’dónnell, treinta y siete,
de parto natural, de padres sanos,
nace el niño sin nombre, mes diciembre.

El niño presenta mancha de vino
de oporto en el trigémino, posible
síndrome de Sturge Weber, un caso
entre cincuenta mil. La resonancia
magnética confirma el diagnóstico.

Tendrá riesgo de crisis, tendrá riesgo
de padecer glaucoma y epilepsia.
Tal vez no pueda hablar, tal vez tampoco
mover la parte izquierda de su cuerpo.
Es posible que no, que nunca juegue
a la pelota a causa de los golpes.
Es posible que sí tenga problemas
motores y trastorno de conducta.

Es tan volátil la mañana en ciernes
como lo es la mirada en viajes cortos.
La infancia se contempla, es suerte antigua,
y el niño se oscurece al alejarse.

Los primeros de mayo el niño come
sol y la piel mastica los destellos.
En su ojo manan ríos sin salida
los meandros de arañas la nariz.
Se atenúan los días, los caudales
le envuelven entre manos de algas rojas
adheridas a su llanto sin sal.

Criatura que ha aplazado extinguirse
por insistir, e insiste en la subida,
cada día, a la misma hora, siempre,
la escalera infinita de su forma.

Las horas interrogan, son volantes,
citas, medicaciones que ajustar.
El niño desvestido en las consultas,
en ratos que abren puertas que no cierran
la posibilidad, son los pronósticos
varios: nadie sabe bien, nadie sabe
de las malformaciones, de los síndromes.

Y él que se adivina en desayunos,
se queja del tocado y el sabor,
necesidad de ser un niño a tiempos
de enfermedad ajena. No detiene
los sueños que parecen moldearle,
porque dentro tiene un pico y él también
algo querrá decir sobre sus grietas.

ARDILLA

Erais casa y bondad, 
desafío al vaivén.
Erais el aparente,
sólido devenir.

Como una saga interrumpida
tras una pérdida,
así es como una ardilla 
dejará de trepar.

La red deshilachada 
tapiz de certidumbre
quebradiza en raíces
se tronza, se deseca.

Los hogares se vuelven romos,
lecturas de aire,
serenidad frugal 
que apenas dura el día.

Ya no querrá volver
más la ardilla a vuestro árbol.

Las ramas enfermaron
de golpe, tan confusas,
de arrebato y pulsión
por poda exacerbada.

Dónde hibernará ahora
envuelta sin pelaje
ni hueco o bienvenida
encalada de tronco.

Pequeño malhumor
de nueces y avellanas
solo sueña almacén
de provisión de invierno.

Y la casa enmudece
el eco del enfado.

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